En el año 100 a.C., fue edificada la fortaleza de Masada, nombre derivado de esta inmensa meseta en las Colinas de Judea.
Toda la región era árida, el clima hostil y abrasador. Pocas veces las lluvias amenizaban el tormento de las piedras calcáreas, que los vientos y los pocos torrentes cavaban, produciendo abismos.
El desierto de Judea puede ser comparado con muchos sentimientos humanos, en los cuales no brotan las delicadas expresiones de la gentileza, del amor, de la compasión o de la solidaridad.
En la soledad del desierto son inevitables la muerte o la comunión con la Divinidad.
Tras la caída de Jerusalén, algunas centenas de personas buscaron abrigo en Masada.
Entonces, ocho mil soldados sitiaron la fortaleza. Después de varios meses, consiguieron penetrar la fuerte muralla.
Pero, las novecientas setenta personas, entre niños, mujeres y hombres, habían sido muertas y el autor se había suicidado.
Todo ello para no rendirse a los romanos.
Sobrevivieron a la tragedia dos mujeres y cinco niños, que se escondieron y, más tarde, narraron el hecho pavoroso.
Masada pasó a la Historia como el triunfo, la victoria de la libertad sobre la esclavitud, por la práctica generalizada de crímenes de homicidio y suicidio.
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En la fértil y verde Galilea, existe un monte de menor altura desde donde se contempla el mar generoso y rico en peces.
Allí, la naturaleza es alegre, las flores brotan.
Todo habla de la vida social pacífica, de la amistad, de luchas y de esfuerzos por la supervivencia en el día a día existencial.
El río Jordán es el responsable por aquel mar bendecido, que las barcas cruzan de un lado a otro, entre las innumerables ciudades que la embellecen como perlas de un collar.
En ese lugar, Jesús enseñó las más valiosas lecciones de Su doctrina.
Las bienaventuranzas se tornaron el himno internacional de belleza y misericordia, de vida exuberante y de esperanza, de emociones sublimes y de venturas.
El poema se adueñó de las mentes y de los corazones de los simples de espíritu, de los mansos y pacíficos, de los hambrientos y sedientos de paz y justicia, de los misericordiosos, de los perseguidos.
Aquella región es bendecida por la belleza y por el perfume de una casi eterna primavera, con recuerdos felices y alegrías renovables.
En el monte de las bienaventuranzas, el verde continúa y la suave melodía, que allí fue cantada, permanece engrandeciendo las vidas que se mueven a su alrededor como símbolo de la grandeza del amor.
Allí fueron establecidas las bases éticas y morales de la doctrina de Jesús.
Nunca más se ha vuelto a oír nada que se iguale a lo que allí fue presentado.
En la sociedad terrestre existen personas que nos recuerdan Masada, temida y detestada, dominadas por la fuerza bruta y por la ambición desmedida.
También existen personas que son semejantes a los paisajes del otro monte, el de las venturas excelsas, de la generosidad sin par, de la renuncia y de la abnegación, del sacrificio de la propia vida a favor de su hermano.
Masada sigue casi siempre abrasadora o helada en los días fríos del invierno.
El monte esperanza permanece acogedor y vital para el ser humano, ameno y gentil, evocando el amor.
¿Qué somos nosotros: el monte árido o el monte de la esperanza?
Pensemos en eso.
Redacción del Momento Espírita, con base en
el mensaje Dois montes, dois destinos, por el
Espírito Amelia Rodrigues,psicografía de
Divaldo Pereira Franco, en 28 de enero de 2014.
En 18.4.2018.