Napoleón Bonaparte murió en la isla de Santa Helena, en mayo de 1821. Era su deseo ser enterrado en las márgenes del río Sena, en París.
Por ello, sus restos fueron trasladados en 1840 y se encuentran bajo la cúpula de Los Inválidos, en la capital francesa, siendo uno de los monumentos más visitados.
El sepulcro es absurdamente grande. El ataúd está hecho con pórfido importado de Rusia. En las paredes de la cripta, están esculpidos sus hechos, sus conquistas, las construcciones por él ordenadas, como el Arco de Triunfo.
Asimismo, el sepulcro del profeta Mahoma se encuentra en la Mezquita del Profeta, en la ciudad de Medina, en Arabia Saudita.
Según la tradición islámica, el sepulcro en sí mismo no está embellecido o decorado, pero está resaltado por una cúpula verde de madera, construida por los turcos otomanos y aislada por una malla de oro y cortinas negras.
Se trata de un lugar histórico, visitado por peregrinos musulmanes.
En India, el Taj Mahal, considerado el mayor templo al amor de todos los tiempos, atrae turistas del mundo entero. Allí se encuentra el cuerpo de Mumtaz Mahal, que se casó a los diecinueve años con el príncipe, que luego se volvió emperador.
Era una mujer de legendaria belleza y virtud. La bondad de su corazón le hacía interceder en favor de los menos afortunados.
Su matrimonio se destacó por el profundo amor que sentían el uno por el otro, que jamás disminuyó con el pasar del tiempo o tras el nacimiento de sus catorce hijos. Fue la compañera constante del marido amado, acompañándolo en todos los viajes por el gran imperio.
En París, el cementerio Père-Lachaise reúne sepulcros de personas famosas. Algunos se destacan por la arquitectura, grandeza, originalidad, atrayendo a turistas de varias partes del mundo.
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Nos acordamos de un carpintero, que tuvo como primeros visitantes a los pastores que guardaban sus rebaños en el campo. Él vivió entre los hombres poco más de tres décadas.
Al morir, le fue prestada una tumba jamás utilizada, y Su cuerpo fue depositado rápidamente allí, considerada la proximidad del sábado judaico.
Guardias armados fueron colocados en la entrada, que fue lacrada con sellos oficiales.
En la mañana del tercer día, la piedra que cerraba la entrada fue removida por una extraña fuerza, una gran luz se hizo y, aparte de la sábana en la que el cuerpo estaba envuelto, nada fue encontrado en el lugar.
Él fue visto, pleno de luz y vida, por viajeros a camino de Emaús, por los apóstoles reunidos en el cenáculo, por una mujer en el jardín del sepulcro.
Después de cuarenta días conviviendo con aquellos a los que había elegido para Su colegio apostólico, amigos y discípulos, desapareció de sus vistas, como si se deshiciera en luz.
Nadie jamás ha encontrado su cuerpo físico, cuyo destino se ignora.
Señor de la Inmortalidad, Él dejó solamente una tumba vacía. Ni los huesos, ni las cenizas.
El que había enseñado que el Padre debe ser adorado en Espíritu y Verdad, nos legó una tumba vacía. Nada físico para ser venerado.
Todo ello para decirnos, una vez más, que la verdadera vida es la del Espíritu, inmortal y perene.
Redacción del Momento Espírita.
En 11.4.2018.