Es frecuente darnos cuenta del valor de quien convivió con nosotros, cuando esta persona realiza su viaje para el Más Allá.
Es como si, de repente, todo lo que ella representaba, asomara a nuestra memoria en una sucesión de escenas.
En ese momento tenemos, junto al sentimiento de la pérdida física, una mezcla de arrepentimiento por no haber disfrutado un poco más de aquella presencia.
Y en la medida en que oímos comentarios de los demás con respecto a los beneficios entregados por aquél que se fue, de la influencia saludable de su vida en otras vidas, más aumenta este sentimiento de pérdida de alguien muy valioso.
Alguien que ni siquiera sabíamos que nos haría tanta falta.
Posiblemente, iremos recordando y repasando una y otra vez, los momentos vividos a su lado, los consejos recibidos, las historias oídas.
Y junto al arrepentimiento por haber dejado pasar tantas oportunidades, una leve tristeza invade nuestra alma.
Una añoranza dolorosa se instala.
Tal vez, sintiendo exactamente esto, es por lo que aquel compositor escribió:
En aquella mesa él se sentaba siempre y me decía lo que es vivir mejor.
En aquella mesa él contaba historias que hoy guardo en la memoria y las sé de corrido.
En aquella mesa él juntaba gente y contaba contento lo que había hecho por la mañana.
Y en sus ojos había tanto brillo que, más que su hijo, me volví su fan.
Y describiendo el dolor de la ausencia, continúa en los versos siguientes:
Yo no sabía cuánto dolía una mesa en una esquina, una casa y un jardín.
Sí, cualquier lugar que miramos, grita la ausencia de aquella presencia que confería un toque especial a cada rincón.
La mesa, materialmente hablando, es la misma. Sin embargo, le falta brillo, porque el amigo, el familiar, el amado, no está allí.
La casa, el jardín, todo puede seguir siendo conservado, cuidado. Pero tuvieron disminuidos sus valores, porque quien los abrillantaba, no está más presente.
Es la ausencia de la risa, del habla, de la alegría, de la voz.
Según el inspirado compositor: Hoy nadie más habla de su mandolina…
En aquella mesa está faltando él y la añoranza me está doliendo a mí.
* * *
La añoranza es mutua. Quien se queda la siente intensificarse cada día. Y cuando piensa que no podrá doler más, descubre que el peso de aquella ausencia ha quedado mucho más grande.
Por otro lado, los que parten también sienten añoranzas. Añoranzas del nido donde fueron felices, de los juegos con los hijos, de los mil detalles del matrimonio que hacen la gran diferencia.
Ellos, en cierto modo, se resienten cuando nos visitan, nos abrazan, nos envían todo su amor en vibraciones, y nosotros no los percibimos.
Nunca estará demás que insistamos en la importancia, en este mundo de transitoriedades, de disfrutar de la compañía de los amores, mientras estamos en camino con ellos.
Grabar en la retina del alma los momentos de felicidad. Los primeros pasos del hijo, las alegrías de las fiestas en familia, la calidez del hogar.
Pensemos en eso y no perdamos estas oportunidades que llenan el alma hoy. Y que mañana nos servirán para suavizar la inmensa añoranza de las ausencias…
Redacción del Momento Espírita, con
transcripción de versos de la canción
Naquela mesa, de Sergio Bittencourt.
En 23.3.2018.