Somos muchos los que recurrimos a Dios en las horas difíciles.
Los dolores que nos llegan, los desafíos que la vida propone, dificultades que parecen insuperables.
Nadie puede decirse inmune a los días tempestuosos, exento de tribulaciones intensas, de las que son capaces de quitarnos el suelo en que pisamos.
Para unos, es el amor que volvió al mundo espiritual, dejando inmensa y penetrante ausencia.
Para otros, es la enfermedad que se instala irreversible, minando la salud, desmoronando planes futuros, obligando a repensar las siguientes páginas de la vida.
Y otros tantos que se desesperan por las dificultades financieras, por el empleo que no surge, por las necesidades materiales que se agrandan.
En esas horas, con el corazón desbordado de desesperación, la esperanza menguada y la mente atribulada, nos acordamos de buscar a Dios.
Algunos, a través de las oraciones repetidas incesantemente, casi como un mantra, invitando y provocando la concentración.
Otros nos desvestimos de las fórmulas preparadas, para hacer de la oración una conversación con el Padre. Diálogo informal, libre, como un desahogo.
Otros aun, mal consiguiendo formular u organizar el pensamiento, solo suplicamos al Padre orientación, discernimiento, derrotero o rumbo.
Y es así como debemos hacer. En las mayores dificultades, no hay mejor refugio que la oración.
No existe mejor consejera que la plegaria, no hay mejor posibilidad que la búsqueda de inspiración junto al Padre.
Entretanto, en nuestra desesperación, esperamos una respuesta inmediata.
Tras la oración, muchas veces sigue la ansiedad, en la expectativa de que las respuestas lleguen, explícitas, claras, palpables.
En el desbordar de nuestras necesidades, a veces más bien desesperación, ansiamos una respuesta rápida de la Divinidad.
Nos olvidamos de que Dios necesita de nuestro silencio para hacerse oír en nuestros corazones.
De esta forma, tras rogar al Padre, recojámonos en silencio interior.
Refugiémonos del desorden exterior. Busquemos disminuir el tumulto interno que cargamos.
Solamente así, en el silencio del alma, conseguiremos escuchar la respuesta de Dios.
Solamente cuando nos sumerjamos en nuestro mundo íntimo, tendremos la posibilidad de encontrar este alimento básico que sostiene la vida, que proviene de Dios.
Tras nuestras plegarias, busquemos recogernos en nuestro mundo íntimo.
Refugiémonos en la fe, en la certeza de que el Padre nos ofrecerá lo mejor, en el momento exacto, en la medida adecuada.
Y allí, en nuestra intimidad, Dios nos traerá las respuestas y la tranquilidad para nuestros anhelos.
Incluso Jesús, en Su pureza incomparable, buscaba el silencio interior tras la agotadora jornada junto a la multitud, a fin de reencontrarse con Dios.
Hagamos lo mismo. Busquemos el silencio íntimo a fin de que podamos oír a Dios, y podamos entender Su respuesta a nuestros pedidos y necesidades.
Redacción del Momento Espírita, con base en el mensaje Silêncio
para ouvir Deus, por el Espíritu Joanna de Ângelis, psicografia de
Divaldo Pereira Franco, en la sesión mediúmnica de 9 de febrero de
2015, en el Centro Espírita Caminho da Redenção.
En 8.1.2018.