La publicidad aparece en los intervalos de la programación televisiva.
Llama la atención por la delicadeza, por la profundidad y la belleza de las escenas.
Una joven elegante camina por la calle. Tiene felicidad en su rostro, armonía en su caminar.
Entonces, una suave voz infantil comienza a ser oída. Esa va a ser mi madre. Preciosa, ¿no?
Ella aún no lo sabe, pero el destino va a dar una ayuda.
En este instante, carpeta y documentos caen de las manos del personaje en cuestión, que se agacha para recogerlo todo. En este exacto momento, al levantar los ojos, vislumbra el encantador escaparate de una tienda de cosméticos y perfumes.
Se levanta, mira con interés y entra en el local.
Prueba el perfume en oferta de lanzamiento y sale, feliz, con el producto en una bolsa personalizada.
Más adelante, ella entra en una librería y el joven que la atiende, la mira interesado. Las miradas se cruzan, sonríen y los dedos se tocan sobre el mostrador.
Ahora, la voz del niño continúa: Dentro de exactamente dos años y cincuenta y cuatro días, voy a nacer.
En la siguiente escena, la joven tiene un lindo bebé en brazos y la voz concluye:
¿Cómo reconocí a mi madre cuando nací? Por el olor.
* * *
La llamada es comercial, sin duda. Entretanto, lo que emociona es la elaboración de una historia que tiene como fondo una gran verdad.
Nuestros hijos nos acompañan en la trayectoria de la vida, mucho antes de adentrarse en el escenario familiar, reencarnados.
Ellos nos conocen. Desde la Espiritualidad siguen, muchas veces, con gran interés, el encuentro de los que serán sus padres.
Sonreirán cuando el enlace se concrete, aguardando ansiosos el momento de reingresar en la carne a través de ese amor que se encuentra, o que se reencuentra.
Lo que emociona es constatar cómo las verdades Divinas se presentan en el mundo y, poco a poco, se hacen realidad.
En una publicidad que tiene como objetivo la venta y el lucro, una gran verdad se estampa: la preexistencia del alma, que no es creada al nacer el cuerpo.
Ella tiene una trayectoria de varias experiencias reencarnatorias.
Es más: ella planifica su reencarnación, eligiendo a sus padres, la familia que tendrá, las metas generales que deberá alcanzar en la vida que programa.
¿No es maravilloso saber que el afecto no acaba nunca? ¿Que los hijos que nos llegan, casi siempre ya los hemos visto antes? ¿Que muchos de ellos son amores que retornan a nuestros corazones, deseosos de reencuentros?
Deseosos de que, juntos, sigamos creciendo, en el amor que nos une.
Esto explica el amor de madre, de padre. El amor de hermanos. Son reencuentros.
Esto nos tranquiliza el alma, sobre todo cuando los amores parten de esta vida. Ellos siguen amándonos, como nosotros a ellos.
Por las alas del sueño, por los hilos de la oración, nos visitan.
Y, con mucha frecuencia, aun en esta vida, vuelven a nuestra convivencia, como sobrinos, como nietos, bisnietos.
¡Ah, ese infinito amor de Dios que se esparce por la tierra de los corazones de Sus hijos!
Redacción del Momento Espírita.
En 6.11.2017.