El
padre de familia llegó a su casa tras un día de trabajo y encontró la mesa
para la cena, ya puesta a su espera.
Cuando
todos los familiares tomaron sus lugares para compartir de ese momento que debería
ser de tranquilidad, el padre empezó a contar sobre un incendio criminal
ocurrido en la ciudad.
Se
refirió a la astucia del malhechor que lo provocó.
Explicó,
con detalles mínimos, todos los pasos del criminal para alcanzar su objetivo.
Describió escenas emocionantes.
Contaba
todo gesticulando como si estuviera haciendo la reconstitución de la escena.
Enumeró
todos los materiales que había usado para provocar el incendio.
Después
que terminó de comer, se alejó en compañía de su esposa, para sus
actividades de costumbre en el templo religioso.
Mientras
tanto, no había pasado ni una hora cuando le llamaron para que volviera rápidamente a su hogar.
Al
regresar, pudo ver a lo lejos, que su casa estaba en llamas.
Las
llamaradas consumían con voracidad el hogar que hasta hace poco tiempo abrigaba
a la tranquila familia.
Inmediatamente
el jefe de familia empezó a injuriar y maldecir, contra todo y contra todos,
intentando encontrar un responsable por la desgracia.
Pensaba,
para sí, que eso sólo podría ser obra de un loco.
En
pocos minutos varios pensamientos pasaron por su mente a la búsqueda de algo
que justificase aquel ataque misterioso.
No
tenía enemigos declarados. No recordaba deberle nada a nadie.
Al
fin, admitió que el incendio sólo podría ser fruto de un accidente. Sí,
tendría que ser un mero accidente.
Preocupado
con los hijos, buscó inmediatamente entre el humo y los encontró protegidos
debajo de uno de las árboles del jardín.
Notó,
sin embargo, que su hijo de ocho años se escondía detrás de los demás,
temiendo una punición.
Se
acercó, y se enteró que había sido el propio hijo que le había prendido
fuego a la casa, copiando todos los pormenores de la descripción del incendio
criminal hecha por el padre.
***
No
nos olvidemos nunca de la cautela que debemos tener en nuestros comentarios
sobre acontecimientos menos felices.
Quien
alimenta conversaciones inconvenientes, puede estar colaborando con la divulgación
del mal dentro del propio hogar.
Debemos
considerar que el mal no merece comentarios en ningún momento, a menos que sea
para ser corregido.
¡Piense
en ello!
Cuando
usted quiera que una noticia o idea sea olvidada, no la comente.
Fue
combatiendo a las doctrinas e ideas consideradas maléficas que la humanidad las
popularizó y convirtió en conocidas.
Así,
la mejor manera de combatir el mal es olvidarlo totalmente.
¡Piense
en eso!
(Cap.
44 del libro “Bienaventurados
los sencillos”.)