La ciencia nos permite penetrar en las profundidades del infinito. Alzamos nuestra mirada al espacio y, de inmediato, las centenas de puntos brillantes que vemos nos deslumbran.
Entretanto, gracias a los potentes telescopios, hemos ido descubriendo millares de mundos, lanzando sus espléndidas armonías en los celestes campos de la inmensidad.
Delante de esos horizontes abiertos a la investigación humana, maravillados, concebimos al Creador de todas las cosas, tan por encima de nosotros, que solo un esfuerzo de la razón puede hacernos comprenderlO.
El orden, la grandeza, la majestuosidad, reinan por todas partes. Todo demuestra la bondad, la justicia de Aquél cuyos resplandores son solo un pálido reflejo.
Y si lanzamos nuestra mirada hacia el globo propio en el que nos movemos, constataremos el emocionante cuadro de la vida abundante, en la que Dios se revela.
Las estaciones siguen su curso, los cuerpos se combinan, la vida circula sobre el planeta, juntando y desagregando las moléculas, según leyes que se cumplen maravillosamente.
En la naturaleza todo es armonía. Todo vibra, en acordes armónicos, en condiciones determinadas por una Inteligencia.
Inteligencia suprema, una fuerza eficiente.
Es Dios que se cierne por encima de la Creación, que la envuelve en Sus fluidos, que la penetra con Su razón.
Es gracias a Él que los universos se forman, que las masas celestes presentan sus resplandores deslumbrantes, en la inmensidad del infinito.
Es gracias a Él que los planetas gravitan en el espacio, alrededor de focos luminosos, formando brillantes aureolas de soles.
Es Dios la vida eterna, inmensa, indefinible, el Comienzo y el Fin, Alfa y Omega.
Es Él que, en el abismo de los tiempos, quiso que el universo existiese y el polvo cósmico entró en movimiento.
Es gracias a Su voluntad que las admirables leyes de la materia desarrollan en el infinito las combinaciones maravillosas que producen cuanto existe.
Es Su razón sin límites que ordenó que todo fuese hecho para lograr un efecto inteligente.
Es Su justicia que trazó en caracteres indelebles las leyes de fraternidad y solidaridad que se hacen sentir entre los hombres y los mundos.
Es Su bondad inefable que ha dado al hombre, incesantemente, el medio de conseguir la felicidad.
* * *
¡Dios! Todavía existen los que pretenden negar Su existencia. Todavía existen los que piensan que el azar podría haber hecho todo lo que existe, de forma tan perfecta, tan justa.
Entretanto, Él está en todo y en todos. Aunque afirmen que Él no existe, Su acción se hace constante y precisa.
Por encima y más allá de todo, dispensa Su amor sin cesar.
Él riega las plantas con la lluvia delicada, alimenta las fuentes y los ríos, provee el rocío generoso.
Tempera el agua de los mares, acaricia las olas y las levanta, con majestuosidad, haciéndolas rugir en las rocas y cantar suavemente en las playas.
Atiende a la sencilla flor del campo, mece las ramas del sauce y suaviza los pétalos de las rosas.
Todos los días. Cada día. Y enjuga las lágrimas de Sus hijos, envía manos generosas para sostenerles en el camino, a nadie olvida.
Si es el Creador de todo, es igualmente el Padre amoroso y bueno, siempre presente.
Pensemos en eso.
Redacción del Momento Espírita, basado en el
cap.Discurso sobre Dios, de Gabriel Delanne,
del libro Gabriel Delanne, vida e obra, de
Paul Bodier y Henri Regnault, ed CELD.
En 17.8.2017.