Nadie está totalmente solo en este planeta. Incluso los que no constituimos familia, los que no nos casamos, ni tenemos hijos.
No estamos solos. Siempre hay un alma querida que Dios coloca en nuestro camino para amarnos, para decirnos que Él no nos olvidó.
Que Él sabe de nuestras luchas, del plan de progreso que establecemos en la Espiritualidad antes de nacer.
Y que, para concretarlo en su totalidad, necesitamos de una mano que nos acaricie, un hombro que se nos ofrezca como apoyo en los días de desánimo, brazos que nos envuelvan, una voz que diga: ¡Sigue en frente! ¡Estoy contigo!
A veces, ese amor es un amigo que se da y nos sustenta. Basta que perciba nuestro cansancio, y él viene para insuflarnos nuevo ánimo.
Y aunque no pronunciemos palabra alguna, él parece descubrir lo que necesitamos, llegando incluso a proveer los recursos materiales de que carecemos para que no sucumbamos ante el peso de las luchas.
Es ese amigo que se hace presente en el día de nuestro cumpleaños y nos envía un mensaje, una tarjeta, una flor. Algo desde lo más profundo de su alma.
Y con esto, llena de alegría la fecha.
Otras veces es un colega de trabajo, alguien de nuestro ámbito profesional. Es quien nos incentiva a ir hacia adelante, a no entregarnos al desaliento.
Él nos ayuda en las tareas más difíciles, nos orienta por los caminos que aún no transitamos y que su experiencia ya recorrió.
En fin, él siempre aparece, en la mañana nublada, con su presencia radiante y su estímulo vigorizante.
Así es ella. Una joven que aún no cumplió los veinte años. Cuando aparece, es como un rayo de sol entrando a la casa.
Ella sonríe y parece que ilumina el ambiente. Ella abraza, y la fortaleza de sus brazos tiene el don de transmitirnos seguridad.
Posiblemente, ella ni sepa cuánto significa su presencia.
Tiene tal respeto por los sentimientos ajenos que, admiradora del rock y otras músicas ruidosas de la actualidad, cuando nos lleva en su auto, apaga la radio.
¡Sé que no te gusta este tipo de música!- Confiesa. Y sé también que te gusta conversar, contar cosas de tu día a día.
Y como buena oyente, escucha y argumenta, hace preguntas. Después, a su vez, cuenta sus peripecias: el examen difícil en la facultad, los desajustes con uno de los profesores, hechos que cree injustos.
Atenta, telefonea para saber noticias, antes que la suma de los días resulte en una semana.
Compañera de sesiones de cine, de espectáculos de ballet, agenda todo de forma impecable, para que no perdamos el estreno.
Dispuesta a acompañarnos al mercado, al banco, donde queramos ir.
Y, casi con orgullo, sentencia: Yo soy tu conductora. No voy a dejarte a pie. Cuenta conmigo.
Rayo de sol. No es hija de nuestra carne. Pero alguien que Dios nos mandó para iluminar nuestros días, hacer más suave nuestra jornada.
Todos tenemos esos ángeles, vestidos de amigos, colegas, parientes.
Llegan dulcemente como quien no quiere nada. Pero señalan su presencia con un aura de paz y tranquilidad.
Disipan la soledad, enriquecen nuestros días.
Ángeles de la guarda revestidos de cuerpos humanos.
Guardianes humanos que se transforman en pilares de sustentación de nuestros días.
Rayos de sol.
Redacción del Momento Espírita.
En 16.8.2017.