Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Cuando Dios creó a las madres

                Cuenta la leyenda que el día en que el buen Dios creó a las madres un mensajero se le acercó y le preguntó  por qué tanto cuidado con esa criatura.

¿En qué, al fin de cuentas, era ella tan especial?

El bondadoso y paciente Padre de todos nosotros le explicó que aquella mujer tendría el papel de madre, por lo que merecía un cuidado especial.

Ella debería tener un beso que tuviera el don de curar cualquier cosa, desde ligeras machucaduras hasta noviazgo terminado.

Debería ser dotada con manos hábiles y ligeras que actuasen rápidamente  preparando la merienda del hijo, mientras lidiase con las ollas para que el almuerzo no se quemara.

Que tuviera nociones básicas de enfermería y fuese catedrática en la medicina del alma. Que aplicase curativos en las heridas del cuerpo y colocase bálsamo en las llagas del alma herida y disgustada.

Manos que supiesen dar cariño, pero que fueran firmes para transmitir seguridad al hijo de pasos vacilantes. Manos que supiesen transformar un trozo de tejido, casi insignificante, en una ropa especial para la fiestita de la escuela.

Por ser madre debería ser dotada de muchos pares de ojos. Un par para ver a través de puertas cerradas, para los momentos en que se preguntara,  que están  tramando los niños en el cuarto cerrado.

Otro par para ver lo que no debería, pero precisa saber y, naturalmente, ojos normales para mirar con dulzura a un niño en apuros y decirle: "yo te entiendo. No tengas miedo. Yo te amo", incluso sin pronunciar ninguna palabra.

El modelo de madre debería ser dotado aun de la capacidad de convencer un niño de nueve años a bañarse, uno de cinco años a cepillarse los dientes y dormir, cuando ha llegado la hora.

Un modelo delicado, con seguridad, pero resistente, capaz de resistir al vendaval de la adversidad y proteger los hijos, de superar la propia enfermedad en beneficio de sus amados y de alimentar una familia con el pan del amor.

Una mujer con capacidad de pensar y hacer acuerdos con criaturas de las más distintas fajas de edad.

Una mujer con capacidad de derramar lágrimas de nostalgia y de dolor, y aún así insistir para que el hijo parta a la búsqueda de lo que constituya su felicidad o signifique su progreso mayor.

Una mujer con lágrimas especiales para los días de alegría y los de tristeza, para los momentos de desaliento y de soledad.

Una mujer de labios tiernos que supiera cantar canciones de cuna para los bebitos y tuviese siempre las palabras exactas para el hijo arrepentido por las tonterías cometidas.

Labios que supiesen hablar de Dios, del universo y del amor. Que cantasen poemas de exaltación a la hermosura del paisaje y a los encantos de la vida.

Una mujer. Una madre. 

*** 

Ser madre es una misión de graves responsabilidades y de elevada honra. Es gozar del privilegio de recibir en los brazos espíritus del señor y conducirlos al bien.

Mientras haya madres en la tierra, Dios estará bendiciendo al hombre con la oportunidad de alcanzar la meta de la perfección que le cabe,  porque la madre es la mano que conduce, el ángel que vela, la mujer que ora, en la esperanza de que sus hijos alcancen felicidad y paz.

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