Cuenta
la leyenda que el día en que el buen Dios creó a las madres un mensajero se le
acercó y le preguntó por qué
tanto cuidado con esa criatura.
¿En qué, al fin de cuentas, era ella tan
especial?
El bondadoso y paciente Padre de todos nosotros le
explicó que aquella mujer tendría el papel de madre, por lo que merecía un
cuidado especial.
Ella debería tener un beso que tuviera el don de
curar cualquier cosa, desde ligeras machucaduras hasta noviazgo terminado.
Debería ser dotada con manos hábiles y ligeras
que actuasen rápidamente preparando
la merienda del hijo, mientras lidiase con las ollas para que el almuerzo no se
quemara.
Que tuviera nociones básicas de enfermería y
fuese catedrática en la medicina del alma. Que aplicase curativos en las
heridas del cuerpo y colocase bálsamo en las llagas del alma herida y
disgustada.
Manos que supiesen dar cariño, pero que fueran
firmes para transmitir seguridad al hijo de pasos vacilantes. Manos que supiesen
transformar un trozo de tejido, casi insignificante, en una ropa especial para
la fiestita de la escuela.
Por ser madre debería ser dotada de muchos pares
de ojos. Un par para ver a través de puertas cerradas, para los momentos en que
se preguntara, que están
tramando los niños en el cuarto cerrado.
Otro par para ver lo que no debería, pero precisa
saber y, naturalmente, ojos normales para mirar con dulzura a un niño en apuros
y decirle: "yo te entiendo. No tengas miedo. Yo te amo", incluso sin
pronunciar ninguna palabra.
El modelo de madre debería ser dotado aun de la
capacidad de convencer un niño de nueve años a bañarse, uno de cinco años a
cepillarse los dientes y dormir, cuando ha llegado la hora.
Un modelo delicado, con seguridad, pero resistente,
capaz de resistir al vendaval de la adversidad y proteger los hijos, de superar
la propia enfermedad en beneficio de sus amados y de alimentar una familia con
el pan del amor.
Una mujer con capacidad de pensar y hacer acuerdos
con criaturas de las más distintas fajas de edad.
Una mujer con capacidad de derramar lágrimas de
nostalgia y de dolor, y aún así insistir para que el hijo parta a la búsqueda
de lo que constituya su felicidad o signifique su progreso mayor.
Una mujer con lágrimas especiales para los días
de alegría y los de tristeza, para los momentos de desaliento y de soledad.
Una mujer de labios tiernos que supiera cantar
canciones de cuna para los bebitos y tuviese siempre las palabras exactas para
el hijo arrepentido por las tonterías cometidas.
Labios que supiesen hablar de Dios, del universo y
del amor. Que cantasen poemas de exaltación a la hermosura del paisaje y a los
encantos de la vida.
Una mujer. Una madre.
***
Ser madre es una misión de graves
responsabilidades y de elevada honra. Es gozar del privilegio de recibir en los
brazos espíritus del señor y conducirlos al bien.
Mientras haya madres en la tierra, Dios estará
bendiciendo al hombre con la oportunidad de alcanzar la meta de la perfección
que le cabe, porque la madre es la
mano que conduce, el ángel que vela, la mujer que ora, en la esperanza de que
sus hijos alcancen felicidad y paz.