Cuando la abuela Teresa estuvo en casa el fin de semana, las primas se reunieron para hacerle compañía y disfrutar de su sabiduría y cariño.
Después del almuerzo, sentadas a su alrededor, se unieron al asunto principal que era la boda de Laís, a realizarse dentro de algunas semanas.
Cuando alguien comentó que la boda tenía que estar bien condimentada mientras durara, la señora discordó.
Más aún cuando, justo después, escuchó que la abundancia, el confort material y la atracción física son lo que condimentan el relacionamiento.
Ella no se contuvo: Mis queridas, es importante dar más atención a este asunto tan serio. El matrimonio es un paso muy importante y necesita ser enfrentado con responsabilidad.
Y como quien desea trasmitir algo de su propia experiencia, pasó a dar detalles de su vida conyugal.
Habiéndose casado muy joven, no conocía muy bien a su marido.
Poco a poco, en realidad, fueron descubriéndose el uno al otro: los deseos, los intereses, los gustos.
Los hijos fueron llegando, multiplicando el trabajo, las fatigas y las alegrías.
Aprendieron a sonreírse el uno al otro con la mirada. Entre los tantos quehaceres que la prole exigía, nunca faltaba una pequeña declaración de amor.
Algo que se decía con la mirada, con un toque o con una caricia, más que con palabras.
No había muchos regalos, ni muchas conmemoraciones.
Muchas veces cantaron juntos. También lloraron grandes dolores, abrazados.
Nunca les faltó lo esencial pero, a veces, la dificultad les llamaba a la puerta. Era necesario rehacer cálculos, desistir de pequeños excesos, tirar hacia adelante.
Después de todo, las ropas de los pequeños eran más importantes que lo superfluo soñado por cualquiera de los dos.
Hijos crecidos, la llegada de los nietos, nuevas emociones.
Juntos, solos en casa, pensaban en el final de sus vidas. La gran duda era quien se iría primero. Y cómo quedaría el que permaneciese solo en la Tierra…
El cuidado de no lastimar el corazón de la pareja les preocupaba.
Fueron cuarenta y ocho años de una convivencia estrecha, amorosa, de compañerismo.
Al terminar el relato, dijo Teresa: Agradezco a Dios por haber sido yo la que se ha quedado llorando añoranzas. No sé si su corazón hubiese soportado la soledad, mi ausencia, la casa vacía.
Echo de menos su generosidad, su atención, sus cuidados para conmigo.
El tiempo pasó, la juventud se fue, la atracción física se transformó en cariño, respeto mutuo, atenciones redobladas.
Por ello, mis amadas, no piensen en el matrimonio como un mar de rosas o un paseo romántico en barco, sobre aguas calmas, en noche de luna.
Es exactamente en los momentos de tormenta y crisis que el relacionamiento se estrecha.
Es en esos momentos cuando la relación se solidifica, pues se descubre la fortaleza que representa la pareja.
Crean: lo que mantiene a un matrimonio unido y feliz es lo que se construye diariamente, a través de pequeñas renuncias, de cooperación, de respeto mutuo.
En síntesis, un amor sólido, condimentado con compañerismo, ternura y admiración.
Redacción del Momento Espirita.
En 13.7.2017.