Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Dulces reencuentros

En verdad, vivimos nuevos tiempos en la faz de la Tierra. Tiempos en los que, cada día, nos encontramos con seres especiales reencarnados entre nosotros.

No importa la raza, la nacionalidad, el credo religioso o no tener ninguna creencia. Ellos son especiales. Traen conceptos espiritualizados acerca de la vida, del mundo, del destino final de las criaturas de Dios.

Una amiga nos contó que una noche, su hija, en la inocencia de sus tres años de edad, se acurrucó a su lado en la cama.

De hecho, todas las noches eran así. La niña venía a su cama y allí se acostaba durante unos minutos, antes de dirigirse a su propia cuna. Era en esos momentos, nos dijo la madre, que siempre ocurrían diálogos interesantes.

Algunos de ellos la sorprendían en gran medida. Era como si aquella niña, que llevaba el azul del cielo como dos joyas brillantes en su rostro, se pusiese a pensar, sumergiéndose en la dulzura y en la sabiduría de un pasado intensamente vivido.

¿Mamá, antes de nacer yo era un angelito?

La madre se quedó imaginando cómo debería responder. Y decidió adentrarse en el clima de la inocencia infantil, concordando.

Y antes de que fueras mamá ¿dónde vivías?

Con paciencia y ampliando el diálogo, la madre respondió que vivía con sus padres, los abuelos de la pequeña. Enriqueció con detalles, hablando de la casa grande, de las ventanas azules, del inmenso jardín, en otra ciudad, muy lejos de allí.

Pero mamá, y antes de que fueras la hija del abuelo y de la abuela, eras un angelito como yo ¿verdad?

Creo que sí, fue la breve respuesta de aquella joven que se quedó reflexionando dónde terminaría todo aquel raciocinio. Entonces, la niña se desató a hablar:

Claro mamá, estabas en el cielo junto a mí. Luego, naciste y yo me quedé allá. Después, el papá del cielo me dijo que eligiera a mi madre. Y yo te elegí a ti. Ves, ahora estamos juntas de nuevo.

La conversación se detuvo. Los ojos de la madre se convirtieron en perlas de luz y dos lágrimas brillaron, cayendo por su rostro.

Ella estrechó a su tesoro junto al corazón. Y mientras la pequeña se acomodaba para el sueño, ella se puso a pensar:

Cuántos filósofos se detienen años estudiando los misterios de la vida que nunca muere, de la vida que se repite en la Tierra, en el espacio, en otros mundos.

Estudian la doctrina secreta de los hindúes, de los egipcios, de los griegos para encontrar esas verdades que, aún hoy en día, muchos hombres no las admiten, considerándolas simples tonterías.

Sin embargo, su pequeña, en la extraordinaria sabiduría de un Espíritu milenario allí revestido de carne, de forma relajada y sencilla, sintetizó la trayectoria de dos Espíritus que se aman.

Dos Espíritus que, posiblemente, han consolidado lazos de afecto hace milenios y se han propuesto seguir lado a lado en la conquista del progreso. En algún momento, como madre e hija. En otro... ¿quién sabe cómo?

*  *  *

El mayor Sabio que ya ha visitado la Tierra, enseñó: ¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos?

Y mirando a los que estaban sentados alrededor de Él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre.

Estableció allí la gran verdad de que todos somos una gran y única familia: la familia universal.

Estrechando los lazos, estableciendo puentes de amor y reencontrándonos aquí, en esta vida; allá, en la Espiritualidad y otra vez de vuelta.

Pensemos en eso: ¿cuántos reencuentros estamos teniendo en esta vida?

Redacción  del Momento Espírita,con base en
hecho y cita del Evangelio  de Mateo, capitulo 12,
versículos 47 a 50.
En 3.11.2016.

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