Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone El paraguas amarillo

Amélie está de mal humor. Eso es raro. Raro como cuatro días seguidos de sol en mi ciudad.

Amélie es siempre sol, pero hoy veo una pequeña nube, de esas de dibujo animado, sobre su cabeza.

Amélie está en camino a la escuela. Llueve. Lluvia fina y helada.

Detengo el auto. Ahora viene la hora más difícil. Creo que la despedida no será fácil esta vez – la mayoría de las veces lo es. Me quedo esperando que venga alguien muy sonriente a buscarla.

Las profesoras y asistentes que vienen a recogerla son siempre muy simpáticas. Allá viene una. Y, además de la sonrisa, lleva en su mano derecha algo que va a cambiar nuestras vidas, la mía y la de Amélie, para siempre: un paraguas amarillo.

Sí, es eso mismo, un sencillo paraguas de color amarillo.

No es un amarillo cualquiera, apagado. No es amarillo oro. No es amarillo canario. No es amarillo limón. No sé describirlo. Busco palabras, adjetivos, diccionario. Quién sabe: amarillo sol. Lo inventé.

Miro a Amélie por el espejo y el cambio de su semblante es espantoso. Me emociono. Ella se enamoró de él. Todo a su alrededor parece haber perdido el significado, apagándose. El centro de las atenciones ahora es el paraguas amarillo.

Mientras la joven se acerca con aquel maravilloso objeto amarillo brillante, Amélie esboza una hermosa sonrisa, una sonrisa de quien va a ganar algo que siempre quiso y nunca supo que lo quería. ¡Sonrisa de realización!

¡La joven me está ofreciendo esa cosa hermosa y amarilla! – Debe haber pensado ella.

¿Hace falta decir que Amélie se olvidó que tenía un padre en aquel momento?

Así es... Allá se fue ella en el regazo de la profesora, radiante, sonrisa abierta, sosteniendo firmemente la varilla de plata, desfilando encantada, entre todas las personas y los niños con su paraguas amarillo sol.

Su día no fue el mismo después de aquel encuentro. Ella supo disfrutar intensamente del momento, dejando de lado el mal humor, el sueño y lo que fuese que estuviese molestándola. Fue como si el regalo le hubiese recordado algo bueno, algo que había olvidado momentáneamente.

Sin embargo, vi algo más que me hizo pensar que tal vez aquel no era un paraguas cualquiera, era quizás una sombrilla con poderes mágicos.

La claridad del día – que era poca, pero resistía – pasaba por la transparencia de la cúpula del paraguas e iluminaba a mi hija con una luz dorada tan intensa que no pude dejar de percibir y admirar.

Confieso que no estoy seguro si fue Amélie que se hizo sol debajo del paraguas o si fue la luz que se hizo amarilla al pasar a través del tejido de ese color. La verdad es que allí, donde estaba ella, el sol brillaba.

Y allá se fue ella, haciendo sol debajo del paraguas en un feo día de invierno...

* * *

Nuestra vida no sólo está repleta de aflicciones, sino también llena de paraguas amarillos. Siempre hay un brazo extendiéndonos uno por ahí... Salvan nuestro día casi sin quererlo.

Nos falta, quizás, la sensibilidad para percibirlo. Para nosotros un paraguas es sólo un paraguas.

¡La vida es tan llena de imaginación! Es tan llena de opciones, posibilidades... ¡De pequeñas felicidades ciertas!

Ver la belleza en esas pequeñas cosas es un arte... El arte de ser feliz.

Sé que un día vamos a dejar de decir que esas cosas son pequeñas...

Amélie es pequeña. Tiene dos años.

Amélie es uno de mis paraguas amarillos.

Haya sol o tempestad, no salgo más de casa sin él.

Redacción del Momento Espírita.
En 10.10.2016.

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