Cuando oímos conferencias de elevado contenido, generalmente pensamos que aquellos hombres y mujeres que así expresan sus conocimientos morales, son personas especiales.
Debido a que tienen un inmenso bagaje cultural, nos imaginamos que leen horas y horas todos los días, en oficinas o en salas especiales, sin ruidos que los puedan perturbar.
Reflexionamos que sus vidas son una meditación continua acerca de los dichos evangélicos, intercalados con oraciones e himnos de alabanza al Señor de la vida.
Imaginamos que en sus hogares, sólo se escucha música erudita. Tal vez composiciones de Bach desde la mañana de modo que, según el gran compositor, habiendo devoción a la música, Dios esté siempre cerca con Su generosa presencia.
Imaginamos que son personas que jamás alzan la voz, que no corren para no llegar con retraso a los compromisos, no se apresuran, no se inquietan, manteniendo un enlace constante con la Divinidad, como si estuvieran en una redoma que las protegiese de todo.
Nos olvidamos que son hombres y mujeres que viven en el mundo. Son profesionales, con sus horas de trabajo. Son padres y madres con todas las preocupaciones con la educación de los hijos y el mantenimiento del hogar.
Son personas que enfrentan el tránsito de las ciudades populosas, las largas esperas en los aeropuertos. También filas en los supermercados, ferias y organismos públicos.
Recordamos al Sadhu, el místico indio Sundar Singh, que vivió entre los siglos XIX y XX.
Desde que se puso la túnica azafrán y, descalzo, comenzó a predicar el Evangelio de Jesús por la India, China, Japón, Tíbet y finalmente llegó a Occidente, siendo considerado alguien especial.
Cierta vez, en Copenhague, una dama de la alta nobleza le pidió que la bendijera. Él dijo que sus manos no eran dignas de realizar eso. Sólo las manos de Cristo bendicen.
En otra ocasión, alojado en la casa de un viejo amigo, fue dejado durante unos minutos en la sala en compañía de los dos hijos pequeños mellizos, de cinco años.
Al regresar al recinto, el anfitrión encontró al visitante con las manos en el suelo, con los dos niños sobre sus espaldas. Los tres se reían a carcajadas.
Y todos sabían que a Sundar Singh le gustaba la meditación, teniendo en sus últimos años, éxtasis diarios. Sin embargo, allí estaba él, sirviendo de cabalgadura para los niños.
* * *
Los hombres que se dedican al bien, a la siembra en los corazones, cuando equilibrados, dan muestra todos los días que vivir como cristiano es convivir con las personas, es soportarlas, es demostrar, con actitudes, lo que es estar en paz consigo mismo.
Son personas que toman muy en serio su trabajo, tanto profesional como doctrinario. Pero ellos no están ajenos a la realidad.
Leen periódicos, ven la televisión, van al cine, se informan acerca de lo que sucede en esta aldea global en que vivimos.
Saben reír, contar historias interesantes, ser amables con los compañeros de trabajo, clientes y amigos.
No son fanáticos. Saben que todo tiene su tiempo, como instruye el libro bíblico: Todo tiene su tiempo determinado y hay tiempo para todo propósito bajo el cielo.
Pensemos en eso y tratemos de seguir sus ejemplos de trabajo, dignidad y honradez.
El verdadero servidor del bien se manifiesta en sus acciones en todas las ocasiones.
Redacción del Momento Espírita, con hechos extraídos del capitulo
13, del libro O apóstolo dos pés sangrentos, de Boanerges Ribeiro,
ed. Casa Publicadora das Assembleias de Deus.
En 20.7.2016.