Hay
padres que se esmeran en la educación de sus hijos. No pierden ninguna
oportunidad. Las cosas mínimas, los menores sucesos, son motivo de enseñanza.
Leímos
recientemente la declaración de un ejecutivo muy exitoso.
Él
tuvo el gusto de oír decir a un amigo: "Me gusta mucho venir a tu casa. Es
un lugar donde puedo decir todo lo quiero, con la seguridad que tú no lo pasarás
adelante."
Confesaba
el ejecutivo que el elogio cabría mucho más a su madre que a él mismo.
Recordaba
que, cuando tenía más o menos ocho años de edad, sorprendió a una amiga de
su madre haciéndole confidencias.
Todo
sucedió más o menos así:
Él
estaba jugando del lado de fuera de su casa y la ventana de la sala estaba
abierta, mientras ambas conversaban. La señora citada, con pesar, revelaba a su
madre cosas muy íntimas y serias a respecto del hijo.
Curioso
como todos los niños, aguzó los oídos a lo máximo, para no perder ni una
coma del relato. Y cuanto más bajaba la voz la confidente, más él extendía
las antenas de la audición.
Cuando
la visita se retiró, su madre que se había dado cuenta que el niño estaba
escuchando todo, lo llamó y le dijo:
-
Hijo mío, si la Sra. Silva se hubiera olvidado aquí de su cartera, ¿se la daríamos a otra persona?
Rápidamente
él contestó: ¡Claro que no!
La
madre continuó:
-
Pues lo que la Sra. Silva ha dejado hoy aquí es una cosa mucho más preciosa
que su cartera. Ella nos contó una historia cuya divulgación podrá perjudicar
a mucha gente.
-
De la misma forma que la cartera, ella no nos pertenece. Por eso, no la podemos
transmitir a nadie. No se la daremos ni importa a quien sea. ¿Has entendido?
El
chico confirmó con un movimiento de cabeza. Y la lección le sirvió para toda
la vida. Creció, cultivando el respeto a las confidencias en las que fuera,
eventualmente, el oyente. E incluso habladurías y chismes que un amigo, cliente
o conocido le trajera y dejara en su sala. Allí mismo ellas se agotaban. Lo que
le valió el respeto y la confianza de muchos.
El
ejecutivo concluía diciendo que muchas veces, al sorprenderse a punto de pasar
adelante alguna cosa por allí oída, recordaba inmediatamente la cartera de la
Sra. Silva y cerraba la boca.
La
vida está hecha de oportunidades. La
educación en el hogar es de precioso valor
por ser informal, o sea, no obedecer a rígido currículo sino valerse de
las oportunidades que surjan en el quehacer diario. Por esa razón los padres
deben mostrarse siempre atentos, y
no dejar escapar en ningún momento todo lo que sea propicio para la edificación.
Quien
invierte hoy en la educación del hijo, puede tener la seguridad de que él podrá
partir para horizontes lejanos, surcar los mares, volar por el mundo, levantar
vuelo en la notoriedad, pero las lecciones profundas recibidas en el hogar
permanecerán como guión en la vida.
No
existe quien no recuerde, en algún momento especial de su vida, las lecciones
que recibió en casa. Los gestos, las actitudes, las palabras de los padres
permanecen vivas, a pesar y más allá del tiempo.
Basta
que nos demos cuenta de lo que sucede con nosotros mismos, que ya hemos
abandonado la falda de los padres hace algunos años.
¿No
son sus ejemplos y sus consejos que nos orientan en muchas decisiones? Y cuántas
veces nos sorprendemos diciendo: "Mamá tenía razón. Bien que mi padre
decía.”
¿Usted
sabía?
¿Que
personas célebres recuerdan con ternura del cariño y de las orientaciones
recibidas en su hogar?
Charles
Edison, hijo de Tomas Edison, por ejemplo, al escribir la biografía de su padre
comentó con ternura los momentos en que el genio jugaba con sus hijos.
Las
lecciones del hogar son imperecederas. Se graban en la mente y en el corazón de
los pequeños y los siguen por toda la vida.
(Del
libro: “Para el resto de la vida.
- cap. La cartera)