Reflexionando sobre la brevedad de la vida, una vez el poeta Vinicius de Moraes escribió un poema titulado Poema de Navidad:
Para eso fuimos hechos: para recordar y ser recordados.
Para llorar y hacer llorar - para enterrar a nuestros muertos.
Por eso tenemos brazos largos para los adioses, manos para tomar lo que fue dado, dedos para cavar la tierra.
Así será nuestra vida: una tarde siempre para olvidar, una estrella apagándose en las tinieblas, un camino entre dos túmulos.
Por eso precisamos velar, hablar bajo, pisar suave, ver la noche dormir en silencio.
No hay mucho que decir: una canción sobre una cuna, un verso, tal vez de amor, una oración por quien se va.
Pero, que esa hora no olvide y que por ella nuestros corazones se entreguen, graves y simples.
Pues para eso fuimos hechos: para la esperanza en el milagro,
Para la participación de la poesía, para ver el rostro de la muerte.
De repente, nunca más esperaremos...
Hoy la noche es joven; de la muerte, apenas nacemos, inmensamente.
* * *
¿Qué sentimiento nace en nosotros cuando pensamos sobre la brevedad de la vida? ¿Será de tristeza, de melancolía o de entendimiento y paz?
Solamente la plena noción, o incluso la convicción de la inmortalidad, es lo que nos permite entender esa brevedad.
A pesar de que somos Espíritus inmortales, estamos viviendo sólo una temporada en una casa mortal: nuestro cuerpo.
Y aquí, en esta morada, todas las cosas son fugaces, no perennes, pasajeras.
Nuestra mirada acerca de la brevedad de la vida nos permite comprender que todo lo que es externo a esa mirada se acaba, tiene fin.
De la misma manera, aquello que guardamos dentro del alma permanece.
Entendiendo así la vida, los adioses se convierten en un hasta pronto; los dolores en pequeñas lecciones de un aprendizaje que se construye de manera paulatina; los enfrentamientos que la vida exige, en ejercicios que nos confieren fibra y virtudes.
Todo en la vida, de lo que se guarda en la intimidad, permanece.
Todo lo demás, tendrá la perennidad de una existencia.
Por eso, el sabio consejo de Jesús para que no nos detengamos a acumular los tesoros de la Tierra, porque son breves, el ladrón los lleva, la herrumbre los corroe, las polillas los consumen.
De esa manera, no son coherentes los esfuerzos gastados solo para acumular tesoros que nos servirán por un corto período de tiempo. Tesoros que dejaremos cuando volvamos al hogar verdadero.
Por lo tanto, no nos aflijamos ante la impermanencia de la vida física. Ella es solo el intervalo entre dos túmulos, refleja el poeta.
Luego volveremos a casa. Allá estarán nuestros amores que nos han precedido.
Y allá, igualmente, nos quedaremos aguardando a otros que vendrán, concluida su propia misión.
Con la muerte, despertaremos para la nueva realidad.
Por eso, vivamos intensamente las oportunidades de la vida, con la certeza de que ella siempre será pródiga, generosa, justa y amorosa en lo que nos ofrece.
También en el entendido de que todo será breve, porque breve es nuestro paso por el planeta, por más que se alarguen los años de nuestra vida física.
Mañana, después, estaremos de regreso en el hogar paterno.
Redacción del Momento Espírita, con versos del
Poema de Navidad, de Vinícius de Moraes.
En 28.6.2016.