Era el período nazi. Segunda Guerra Mundial. En el campo de concentración de Auschwitz, entre tantos verdugos, uno era muy conocido: se llamaba Herr Mueller. Señor Mueller.
Nombre común para el pueblo alemán. Pero los prisioneros de aquel campo lo distinguían de cualquier otro.
Parecía tener una piedra en lugar del corazón. Frío, implacable. Decidía sobre la vida y la muerte de los pobres prisioneros de la arbitrariedad y de la locura humana.
Entre tantos prisioneros, había uno que lo había conocido mucho antes que el Nazismo lo transformase en verdugo. Era el ilustre rabino de un pueblo polaco, Samuel Shapira.
Él había conocido al Herr Mueller cuando era agricultor, en la década de 1930, en su pueblo.
Cuando bajó del tren de prisioneros, su mirada se cruzó con la de Herr Mueller y, como en aquellos años lejanos, se saludaron: Buenos días.
Y el verdugo le indicó que siguiera la fila de la derecha, para tornarse un prisionero más en aquel campo de concentración.
Los que fueron indicados para la izquierda iban directamente para la muerte.
Pasó el tiempo y a pesar de tantas condiciones adversas, subhumanas, el rabino sobrevivió y pudo oír con alegría el anuncio, en cuatro idiomas, de que estaban libres.
La guerra había terminado. Aunque el horror de lo que los hombres habían hecho, en aquellos años, tardaría en diluirse en la memoria de cada uno.
A partir de agosto de 1945 y hasta 1949, se instaló un gran Tribunal Militar Internacional, que pasó a juzgar a los criminales.
El mundo lo conoció como los Juicios de Nuremberg y fueron veintidós los reos. Sin embargo, varios otros juicios ocurrieron en los territorios ocupados.
En uno de ellos, en Frankfurt, el rabino fue testigo de Herr Mueller. Testigo de la defensa.
Herr Mueller era un ser que la filosofía nazi había transformado en alguien despiadado y cruel.
Él nunca había sido amado. De hecho, no era él quien había enviado a las personas a la cámara de gas. Era el régimen.
Herr Mueller era un hombre bueno.
De esa manera se expresó el rabino, no porque su vida había sido preservada en aquel momento inicial de la selección, sino porque así lo creía como cristiano.
Herr Mueller fue condenado a la pena de muerte por ahorcamiento.
Al ser retirado del tribunal, al pasar junto al rabino, lo miró. De sus ojos cayó una lágrima y le susurró:
¡Muchas gracias!
Al influjo del amor del rabino, el corazón de piedra se había transformado. Volvió a ser hombre. Sentir, emocionarse ante el afecto de alguien a quien él, en esencia, nada había hecho.
* * *
El amor tiene una fuerza extraordinaria. No hay nadie inmune a su acción.
Cuando se manifiesta, salva vidas, alimenta a otras y tiene el poder de transformar a las personas consideradas como malas en seres renovados.
Fue por eso que Jesús nos recomendó: Amaos los unos a los otros como yo os he amado.
Y además: Amad a vuestros enemigos.
Pensemos en eso.
Redacción del Momento Espírita, con base en el hecho narrado por
Divaldo Pereira Franco, en el Encuentro con líderes espiritistas en
la Federación Espírita de Paraná, el día 27.11.2010.
En 11.4.2016.