El
joven de diecinueve años, internado en un hospital de una gran capital de
nuestro país, esperaba la muerte, en su lecho de dolor.
Instalado
en una enfermería, junto a otros enfermos, tan graves como él, miró hacia los
lados y se sintió terriblemente solo.
Los
familiares vendrían a visitarlo, un poco más tarde. Pero él pensaba que quizás
no llegaran a tiempo de encontrarlo con los ojos abiertos para este mundo.
Estiró
el brazo hasta la mesilla a su lado, tomó un trozo de papel, un lápiz y con
mucho esfuerzo, escribió:
Papá,
siento mucho. Siento mucho de verdad, pero ha llegado el momento que sepas la
verdad que nunca siquiera has imaginado. Voy a ser breve, claro y bastante
objetivo.
Conocí
a mi asesino a los 15 ó 16 años. ¡Es horrible, no es verdad papá? ¿Sabes cómo
nos conocimos? A través de un individuo elegante, bien vestido y que hablaba
muy bien. Él nos presentó.
Al
principio, intenté rechazar lo que me era ofrecido. Pese a ello, el individuo
puso en duda mi virilidad. Dijo que yo no era hombre. No es necesario que se
diga más, ¿verdad, papá?
Entré
al mundo del tóxico, mi asesino.
Al
principio no pasaba bien. Después venía el devaneo y a continuación, la
oscuridad. Nada hacía si el tóxico no estaba presente. En seguida me sentía
con falta de aire, tenía miedo, alucinaciones. Pero, en seguida, la euforia del
momento máximo.
Yo
me sentía más gente que los demás. Mi amigo inseparable, el tóxico, sonreía.
Sonreía...
Sabes,
papá, cuando uno empieza todo parece ridículo y muy gracioso. Incluso Dios me
parecía ridículo. Pero hoy, postrado en una cama de hospital, reconozco que
Dios es lo más importante de todo en el mundo. Tengo la seguridad de que, sin
su ayuda, yo no tendría fuerzas para escribir esta carta.
Papá,
tengo solamente 19 años. Sé que no tengo la más mínima posibilidad de
sobrevivir. Es muy tarde para mí. No obstante, quiero hacerte un último
pedido.
Dile
a todos los jóvenes que tú sabes lo que me sucedió. Diles que en cada puerta
de escuela, en cada curso de facultad, en cualquier lugar hay siempre alguien
que podrá mostrarles su futuro
asesino y el destruidor de sus vidas: el tóxico.
Por
favor, papá, haz eso, antes que sea muy tarde para ellos.
Perdóname
por el sufrimiento que te causo. Perdóname por los sufrimientos que causo con
mis locuras. Incluso yo, ya he sufrido por demás.
Adiós,
papá.
Terminó
de escribir la carta, con dificultad la puso sobre la mesilla. Intentó
respirar, pero no lo logró. El lápiz se le cayó de la mano. Inclinó la
cabeza hacia el lado y murió.
***
Ser
feliz es una opción. La vida se renueva a cada momento.
Nadie
está destinado al sufrimiento. Él es sencillamente el resultado de la acción
negativa. No su causa.
Es
importante que el ser esté involucrado con el programa divino y tome conciencia
que es el señor de su destino.
Quienes
se deprecian y se desmerecen, y se entregan a la desidia, trazan para sí el
camino de la infelicidad.
Como
padres y educadores, cerquemos a nuestros jóvenes, a nuestros niños con el
algodón del afecto, la gasa protectora de la educación y el terciopelo
insustituible de la creencia en Dios, que alimenta las vidas y las enriquece.
(Carta
de Adiós de un joven de 19 años, autor desconocido)