La vida de los grandes compositores, de modo general, ha sido marcada por dramas y tragedias. Giuseppe Fortunino Francesco Verdi no fue una excepción.
De joven, fue profesor de música de Margherita Barezzi, de quien se enamoró.
Casados, tuvieron dos hijos que murieron en la infancia, mientras Verdi trabajaba en su primera ópera. Y mientras él componía su segunda ópera, Um giorno di regno, falleció su esposa, con apenas veintisiete años.
Hundido en el dolor, prometió que no volvería a componer. No pasó mucho tiempo hasta que la penuria llamó a su puerta y tuvo el crédito cerrado en cualquier lugar donde pretendiera alimentarse.
Se cuenta que cierta noche, en la que el frío castigaba la ciudad, vio en la calle a una mujer con dos niños. Ella cocinaba castañas, en un fuego improvisado.
Él se quitó la bufanda, se la ofreció a la mujer y, humildemente, preguntó: ¿Podrías darme algunas castañas a cambio de esto?
Condolida, la mujer devolvió la bufanda con algunas castañas. Mientras los niños la miraban sin entender, ella afirmó:
Él está sintiendo mucha más hambre que nosotros.
Dos años más tarde, sin embargo, él estrenó su ópera Nabucco, que le hizo famoso en Milán.
Con buenas ropas, crédito, un buen lugar para vivir, volvió a las calles para buscar a la mujer que le había matado el hambre, en aquella noche invernal.
Encontrándola, le preguntó si se acordaba de él. Él estaba muy bien trajeado para que ella pudiera asociarlo al casi mendigo a quien ofreciera algunas castañas, en días pasados.
Él le dijo: Pero yo me acuerdo de usted y no olvidaré su gesto.
La envolvió en un chal para vencer el frío de las horas, y le puso algunas monedas en sus manos.
Y desapareció en la noche.
* * *
Felices los corazones agradecidos. Aquellos que no olvidan las bendiciones recibidas, los favores ofrecidos.
Alguien escribió que una de las fuerzas más poderosas que existe – y poco comprendida – es el poder de la gratitud.
La gratitud engloba la fuerza del reconocimiento de un poder superior a nosotros, que mueve los engranajes del Universo.
El acto de agradecer es mayor que cualquier dogma religioso.
Engloba también la fuerza del pensamiento positivo, que nos permite desarrollar el optimismo y la confianza en nosotros mismos y en el futuro.
Y, seguramente, no nos faltan motivos para agradecer: el hecho de estar vivo, o estar oyendo o leyendo este mensaje.
También por las dificultades del camino. Estas se constituyen en fortalecimiento propio y nos permiten volvernos seres mejores y más humanos.
Son como las piedras en el camino, que confieren mayor seguridad al que transita en días de lluvia y barro.
Tal vez una buena práctica sería destinar cinco minutos diarios para esparcir el aroma sutil de la gratitud.
Podríamos servirnos de breves líneas, notas dejadas en sitios estratégicos, cortos mensajes enviados por el teléfono móvil.
Agradecer por el cariño de los padres y amigos, por el valor de los profesores y profesionales médicos. Por quien nos sirve el alimento, por quien providencia la limpieza del ambiente.
O para personas que, simplemente, en determinado momento, nos ofrecieron la palabra adecuada.
Pensemos en eso.
Redacción del Momento Espírita con
pensamientos de Humberto Bez Batti,
del sitio www.sonoticiaboa.com
En 27.11.2017.