La Espiritualidad Superior enseña que los planetas funcionan como escuelas.
Los Espíritus encarnan en ellos para tener las experiencias evolutivas que necesitan.
Por ahora, la Tierra sirve de morada y escuela para Espíritus de evolución reducida.
Aunque, en general, no falte inteligencia a los habitantes del orbe, ellos todavía vacilan en la cuestión de la moralidad.
Tienen facilidades de raciocinio, pero poseen dificultades en los planos del sentimiento, de la conducta.
Ciertamente, innumerables personas se esfuerzan por vivir con dignidad y lo consiguen.
Sin embargo, todavía es común el triste espectáculo de la liviandad, de la corrupción y de la crueldad.
En un mundo imperfecto, la impunidad de los astutos y de los poderosos suele ser frecuente.
A menudo, ese panorama de vicio aparentemente victorioso causa indignación.
Muchos se desaniman cuando se enfrentan a ciertas escenas.
Puede ser el político corrupto que sigue libre, mediante la adopción de estratagemas legales.
O aquel que, para enriquecerse, no se molesta en destruir el medio ambiente.
Tal vez sea quien abusa de la inocencia u oprime a los débiles.
O también quien logra ganar un juicio valiéndose de falsos testimonios.
No faltan ejemplos de maldad victoriosa, al menos en apariencia.
Indudablemente, todos deben actuar al límite de sus fuerzas, para que el bien se instale en el mundo.
Pero cuando el mal parece vencer, no hay razón para la ira o el desánimo.
No hay necesidad de desear el mal a los que siembran la desgracia en el camino ajeno.
Para mantener el corazón en paz, basta reflexionar que ellos vivirán.
Sí, la muerte no existe y todos seguirán vivos para siempre.
La vida dispone de recursos para producir arrepentimiento en los que se hicieron culpables.
Tarde o temprano, llega el momento de revisar la propia conducta y enfrentar las consecuencias de lo que se hizo.
Eso puede darse en la misma encarnación mediante importantes decepciones, ignoradas por la colectividad.
O en el plano espiritual, donde no hay disfraces posibles en cuanto a la propia realidad íntima.
O incluso en otras existencias, en las cuales se experimenta los dolores que se sembró en la vida del prójimo.
La vida constituye el mejor remedio para cualquier género de decadencia.
Todos vivirán para siempre y cada uno será feliz o desdichado, de acuerdo con las opciones que hizo.
A cada uno según sus obras, como bien dijo Jesús.
Por lo tanto, no conviene maldecir a aquel que hiere, roba, engaña o mata.
Basta saber que los corruptos, los mentirosos y los defraudadores de la paz ajena también vivirán.
A cada hombre le incumbe el deber de ser digno y solidario, de esclarecer, amparar y socorrer.
Las desviaciones inevitables, de acuerdo con la óptica humana, son de cuenta de la Ley Divina, siempre perfecta y activa.
Piensa en eso.
Redacción del Momento Espírita.
En 17.11.2015.