En todas las épocas de la Humanidad, no hubo cultura, pueblo, tradición que no tuviese un profundo sentimiento acerca de la Divinidad.
Al principio, ese Ser superior era confundido con Sus obras. Por eso, la idea era que había muchos.
Eran dioses en acción la tempestad, las tormentas marinas, la erupción del volcán.
Por otra parte, eran concebidos como casi humanos en su aspecto, en sus pasiones, deseos, anhelos.
En la dificultad de trascender al pensamiento, la idea de la Divinidad no se apartaba de lo que estaba al alcance de los sentidos.
Fue la madurez frente de la vida que permitió una comprensión del monoteísmo, de un Dios Creador de todo y de todos.
Sin embargo, todavía se tenía la concepción de ese Dios como vengativo, capaz de imponer castigos; un Dios que se quedaba al acecho de las minucias de la vida de los hombres, condenando a unos y otros según Su estado de ánimo.
Como un ser en constante vigilancia, la idea de Dios era de alguien a quien temer considerando que, en cualquier momento, Su ira podría caer sobre la Humanidad por cualquier infracción cometida.
* * *
Entonces, Él llegó. Vino de las tierras de Galilea, cantando la grandiosidad de las obras de Dios y llamándolo Padre.
Como el Hermano Mayor enseñando la lección a los más pequeños, trajo el mensaje de que el Padre es misericordia y bondad, proveyendo a todas las necesidades de Sus hijos.
A partir de Su mensaje, dejamos de temer a Dios.
Empezamos a buscarlo como al Padre siempre dispuesto a ayudar y apoyar a los que creó y sostiene por amor.
Y es ese Jesús que nos llama a cumplir con nuestra parte, asumir nuestra responsabilidad delante del mundo, no acomodándonos en el ocio improductivo.
Nos alerta para que no caigamos en la ilusión de un Dios de milagros infantiles, que dispone favorablemente, a cambio de pequeños obsequios y ofrendas.
Sin embargo, también calma nuestro corazón diciéndonos que no nos inquietemos por el mañana, porque cada día tiene su propia preocupación.
A partir de entonces comenzamos a entender la grandeza de Dios y Su Providencia.
E, incluso cuando imaginamos que algo nos falta, la aparente carencia es nada más que la oferta de la Divina Providencia creándonos oportunidades de crecimiento.
Es verdad que seguimos entendiendo a Dios de maneras diferentes, cada uno de acuerdo a sus valores y necesidades íntimas.
Sin embargo, antes del Galileo, nadie había cantado, con tanta claridad, las glorias del reino de los cielos, los recursos de la Divina Providencia y Su bondad insuperable.
Además, nadie después de Él logró vivir en tal pureza las enseñanzas del Padre, como ejemplo incomparable.
Así, caminar hacia Dios es atracción inevitable, pues traemos Su esencia en nuestra intimidad, como hijos de Él.
Sin embargo, no llegaremos al reino de los cielos sino a través del Pastor Celestial, Jesús.
Al presentarse como el Camino, la Verdad y la Vida, Él se establece como derrotero seguro para que logremos entender a Dios en plenitud, edificando Su reino en la intimidad de nuestro corazón.
Redacción del Momento Espírita.
En 27.10.2015.