La escena pasa en un supermercado. Con sus dos nietos, la abuela hace las compras. Solamente lo esencial, lo que está apuntado en la corta lista que tiene en las manos.
La niña toma de la estantería una tarta confitada, maravillosa, y la pone en el carrito de compras. En la caja, la abuela percibe que no tiene dinero suficiente y le pide que la devuelva.
La niña insiste y la abuela explica que, en otro momento, cuando tuvieren condiciones, comprarán la tarta.
Dijiste esto la otra vez. – Responde la niña.
Un chico, que lo veía todo, compró la tarta dejada en la caja, alcanzó a los tres y la depositó en las manos de la niña.
No, dijo la abuela, no podemos aceptarla. Usted no tiene ninguna obligación de hacer esto.
En realidad, sí la tengo. – Dijo, con una sonrisa. Cuando yo tenía siete años, estaba en el supermercado y elegí una tarta. Era mi cumpleaños. Mi madre me explicó que no teníamos dinero. Entonces, un hombre la compró, mandó envolverla y me la entregó.
Le insistió a mi madre para que me dejara aceptarla. Ella le pidió que escribiera su número de teléfono en un papel para, cuando fuera posible, devolverle el dinero.
Él escribió algo en el papel y lo colocó en el bolsillo de mi camisa.
Entonces, dijo la abuela, escriba su número de teléfono. Le devolveremos el dinero en cuanto podamos.
Los niños llegaron a casa, cargando las bolsas. La niña, feliz, fue al encuentro de su abuelo que estaba en una silla de ruedas y depositó la tarta en su regazo.
¡Feliz cumpleaños, abuelo!
Gracias, dijo él. Es mi favorita.
Y para la esposa: No deberías haber gastado con una tarta. Sabes de nuestras dificultades.
Fue un chico que la compró y la ofreció. Le pedí que escribiera en este papel su número de teléfono. Mira.
Él abrió el papel doblado y leyó: Un sencillo acto de cariño crea una ola sin fin.
Rápidamente, su mente le remitió a una escena en el supermercado. Era él, en plena madurez, viendo a una madre explicar a un niño de siete años que no tenía dinero suficiente para comprar la tarta de cumpleaños.
Él la adquirió y la entregó al niño, cuyos ojos brillaron.
Y, ante el pedido de la madre para que apuntara su número de teléfono en un papel, escribió esta misma frase.
Sí, un sencillo acto de cariño crea una ola sin fin. Es la cadena del bien. Y, de formas muy específicas, también alcanza a quien lo practicó.
* * *
Alguien escribió que el Universo es un ser vivo. En él todo es ritmo de armonía. Si, por ejemplo, una mariposa bate sus alas en el Océano Pacífico, eso repercute en las galaxias.
Estamos todos interconectados como en un inmenso mar de vibraciones. Sumergidos en el hálito Divino del amor que nos sustenta.
Por ello, todo lo que hacemos repercute, resuena. Cuando hacemos el bien, por más pequeño que nos parezca el gesto, vibra y alcanza a alguien, próximo o distante.
Pensemos en eso y centremos nuestros actos en el bien, elijamos, como propósito diario, hacer a una persona feliz. Podrá ser simplemente una sonrisa al vecino, deseándole un buen día, devolviendo a los niños la pelota que cae en nuestro jardín, un gesto de cortesía, cediendo el paso en el tránsito.
Una acción por día. Un gesto de cariño. Pensemos en eso.
Redacción del Momento Espírita,
con base en un vídeo que circula por Internet.
En 6.4.2018.