Entre las pertenencias del ejecutivo de una gran empresa encontramos un día la siguiente nota:
¿Quién eres, que llegaste tan suavemente y has conquistado mi corazón de manera tan absoluta?
Recuerdo cuando te hiciste anunciar, llenaste de ansiedad el corazón de tu madre y me aludiste con el dulce encanto de ser padre.
Aguardé tu llegada, entre noches sin dormir de tu madre, tratando de acomodar su vientre de una y de otra manera, mientras tú crecías dentro de ella.
¡Después de todo, has llegado! Eras tan pequeña, tan menuda, que en el primer momento tuve miedo de hacerte daño al tenerte en mis brazos musculosos. Mis manos parecían tan torpes y grandes para sujetar algo tan delicado.
En los días siguientes, fui descubriendo tu fortaleza mientras te entregabas a mis cuidados, tan frágil, tan dependiente. Me sentía un gigante con la enorme responsabilidad de responder por la vida de un ser pequeñito, que confiaba totalmente en mí.
Un ser que dormía en mi regazo y se calmaba junto a mi pecho cuando te abrigaba junto a mí. Una criaturita que se quedaba observándome, emitiendo sonidos que yo ni entendía, mientras yo trabajaba en el ordenador.
Después fui descubriendo el maravilloso potencial que dormitaba en ti, en la medida que los meses fueron pasando y te fuiste revelando.
Recuerdo tu interés por mis libros. Claro. En el principio lo que más te gustaba era el sonido de las páginas rasgándose. ¡Y qué bello daño has hecho en algunas de mis revistas!
Poco a poco fuimos entendiéndonos y has ido comprendiendo que debías respetar ciertos espacios y ciertas cosas. Que podías tener acceso a los libros, a las revistas, a los CDs para usufructuar de ellos, sin estropearlos.
Cuando menos lo esperaba, allá estabas tú delante del ordenador, imitando mis gestos, intentando digitar tan rápido como yo, manejando el ratón, clicando aquí y allí, victoriosa, retirando de la impresora la hoja que reproducía el animal colorido que habías elegido de la página abierta de Internet.
Luego vino la escuela, y cada día regresas con una musiquita, un versito, un pliegue. Algo que has aprendido, hecho, creado.
Cada día me conquistas más. Hoy sé que Dios te envió a mi vida para transformar mi intimidad.
De hombre de negocios, siempre serio, postura impecable, me convertí en el muchacho que se arrodilla y se permite ser tu caballo de mascota, caminando por la casa contigo en mi espalda.
De ser casi indiferente, que no conseguía demostrar cariño, me has transformado en un hombre que retribuye la dulzura de tu beso con otro.
Y esto me ha hecho también volverme a tu madre, a mi propia madre y que a ellas también yo lograse demostrar amor.
Me despiertas por la mañana con tu canto y tu voz, mientras saltas por la casa y la mantiene alegre a toda hora.
Regreso de mi trabajo cansado y, en pocos minutos, me recompongo ante tu presencia, cuando saltas en mis hombros, casi me ahogas de abrazos, hablando de tu anhelo, y me cuentas las mil pequeñas cosas que hicieron tu día.
Miro en tus ojos, sintiendo un afecto profundo saliendo de mi alma. Me sumerjo en la limpidez de tu mirada y ante lo mucho que recibo de ti, me pregunto: ¿quién eres tú, hija mía?
¿Quién eres tú, dádiva de Dios, que viniste a transformarme en un ser mejor y mostrarme que lo más importante en el mundo no es lo que se tiene, lo que se compra, el cargo que se ocupa o la función en que estamos?
Redacción del Momento Espírita, escrito
en honor de Nadine Helena Marcon.
En 18.6.2015.