La historia de algunas vidas es un verdadero ejemplo. Mientras algunos justifican el propio fracaso por las dificultades que los envolvieron en los primeros años de la infancia o de la adolescencia, otros atestiguan su victoria, ante las situaciones más adversas posibles.
Mario Capecchi es uno de esos ejemplos. El 2007 fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina, junto con sus colegas Oliver Smithies y Martin Evans.
Fueron premiados por sus descubrimientos relacionados con las células madre embrionarias y la recombinación del ADN en mamíferos.
Mario Capecchi nació en Verona. Vivía en los Alpes tiroleses y con sólo tres años y medio vio a su madre ser llevada por la Gestapo.
Ella era una poetisa antinazi y presintiendo que podría ser encarcelada, vendió todo lo que tenía y dio el dinero a unos granjeros del Tirol, para que cuidasen de su hijo, en caso de que algo malo le sucediera.
Durante aproximadamente un año, Mario fue cuidado por los granjeros pero, ya sea porque se acabó el dinero o por cualquier otro motivo, el niño fue echado a la calle.
Así que, desde los cuatro y medio hasta los nueve años, Mario vivió en las calles, con un grupo de chiquillos. De lo que él se acuerda de esos tiempos es que vivía con hambre.
Terminó siendo hospitalizado durante un año entero, en un hospital de Verona, sufriendo de fiebre tifoidea, causada por la desnutrición.
Con el final de la guerra, su madre Lucy fue finalmente liberada del campo de concentración de Dachau y, después de una larga búsqueda, lo encontró.
Más tarde, se trasladaran a Filadelfia en los Estados Unidos, donde Lucy tenía un hermano. Y fue solo entonces, a los trece años, que Mario aprendió a leer. Se dedicó con ahínco, estudió y progresó.
De la experiencia de los días difíciles de la infancia de abandono, de las amarguras sufridas en las calles, él aprovechó para crecer.
Hoy, profesor de la Universidad de Utah, en los Estados Unidos, nos demuestra que todas las experiencias que le fueron adversas, él las utilizó para su progreso.
Y sonríe. Sonríe siempre. Nada de quedarse llorando amarguras, nada de estacionarse en el pasado doloroso.
A sus alumnos, él les enseña que para lograr algo se necesita esfuerzo, paciencia y perseverancia. Él es el ejemplo vivo de lo que enseña.
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El dolor es una bendición que Dios envía a sus elegidos. Seamos pacientes. La paciencia también es una caridad y debemos practicar la ley de la caridad enseñada por Cristo, enviado por Dios.
La caridad que consiste en la limosna que se da a los pobres es la más fácil de todas.
Existe otra, sin embargo, mucho más penosa y por lo tanto bastante más meritoria: la de perdonar a aquellos que Dios ha puesto en nuestro camino para ser los instrumentos de nuestro sufrimiento y para poner a prueba nuestra paciencia.
La vida es difícil, con seguridad. Se compone de mil pequeñeces que son otros tantos pinchazos de alfileres, pero que acaban por herir.
Sin embargo, hay que tener en cuenta los deberes que se nos imponen, los consuelos y las compensaciones que, por otro lado tenemos y entonces hemos de reconocer que las bendiciones son mucho más numerosas que los dolores.
La carga parece más ligera cuando miramos hacia lo Alto, que cuando nos inclinamos hacia la tierra.
Seamos pacientes, perseverantes. Seamos victoriosos.
Redacción del Momento Espírita, con base en los datos biográficos
de Mario Capecchi y en el ítem 7, del capítulo IX de El Evangelio
según el Espiritismo, de Allan Kardec, ed. FEB.
En 11.5.2015.