En un conocido pasaje evangélico, Jesús afirma:
Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
El Cristo es la figura más notable de la Historia.
Al contrario de todos los demás hombres, Él no tiene vicios ni debilidades.
Pleno de grandeza y compasión, constituye el modelo ideal ofrecido por Dios a los hombres.
En esas palabras de Jesús, se puede vislumbrar todo un derrotero de evolución.
Lo que se identifica primero es el respeto a la libertad.
Se trata de una invitación, no de una imposición.
Aquél que quiera ir en pos de Él debe prestar atención a Sus palabras.
El yugo del Mesías es suave y la ruta que Él señala es luminosa.
Pero el ser humano puede decidir por caminos tortuosos y obscuros, llenos de dolor y desencanto.
Como la evolución es un designio Divino, todos se perfeccionarán.
Pero cada uno es libre de manejar su proceso evolutivo, apresurarlo o retardarlo.
Habiendo voluntad de seguir adelante, surgen otras dos exhortaciones.
Una se refiere al acto de tomar la propia cruz.
Cada ser es como se construyó a lo largo de los siglos.
Su felicidad y su desgracia constituyen la herencia que preparó para sí mismo.
De nada sirve buscar culpables para los propios males.
La causa de los problemas enfrentados no está en el gobierno, en el cónyuge, en el vecino, en los hijos, en los padres o en el patrón.
El Espíritu es el artífice de su destino.
De acuerdo a sus acciones, pensamientos y sentimientos, forja sus experiencias y necesidades.
Como los otros no son culpables, es inútil intentar transferir el peso de la cruz que se carga.
La rebeldía y la rebelión no resuelven ningún problema.
Es preciso coraje y decisión para asumir la responsabilidad por la vida que se lleva, por los propios problemas y dificultades.
Sin reclamos o disculpas, es necesario tomar la cruz sobre los hombros y seguir adelante, con firmeza y dignidad.
Por más difícil que se presente, el deber precisa ser cumplido.
El consejo final es renunciar a sí mismo.
Eso evidencia que el egoísmo es incompatible con la sublimación espiritual.
Quien desea liberarse de las imposiciones dolorosas debe ejercitar la abnegación.
Aprender a servir, a callar y a comprender, sin esperar nada a cambio.
Se trata de olvidarse de los propios intereses en el cuidado de los semejantes.
Quien se olvida de sí mismo en el afán de ayudar al otro, sobrepasa el límite de sus deberes.
No mide las pérdidas y ganancias y se entrega a la actividad del bien, por la simple alegría de ser útil.
Tal vez el programa de trabajo parezca difícil en un mundo marcado por el egoísmo.
Pero representa la ruta de acceso a la paz y a la plenitud.
Piensa en eso.
Redacción del Momento Espírita.
En 30.4.2015.