Cuando Danny encontró aquel pequeño bebé de piel morena, con alrededor de un día de vida, envuelto en una enorme sudadera negra, en el suelo, detrás de los torniquetes en el metro de Nueva York, llamó a la policía.
El Tribunal de Familia asumió la custodia del bebé y Danny pasó a repetir la historia muchas y muchas veces para los canales de televisión locales, amigos, parientes, conocidos.
Tres meses después, él compareció al Tribunal de Familia para dar su testimonio sobre el precioso hallazgo.
De repente, la jueza lo interrogó: ¿Estaría interesado en adoptar a ese bebé?
La pregunta lo sorprendió, lo espantó incluso, pero sin pestañear respondió: Sí, pero sé que no es fácil.
Allí mismo, la jueza dio órdenes para hacer de él un futuro padre. Él jamás había pensado en volverse padre y, además, su situación económica no era buena. Vivía en un apartamento con Peter y para ayudar en el alquiler, habían arrendado una parte de la sala a un inquilino.
Danny era un asistente social respetado, sin embargo, mal pagado. Peter trabajaba como digitador.
Mientras tramitaba la documentación, fueron a visitar al bebé en su hogar provisorio. Y los dos se enamoraron de aquella cosita tan delicada, tan dependiente.
El asistente social que los atendió dijo que los pasos para la adopción podrían tardar alrededor de nueve meses. En ese tiempo, ellos podrían reorganizar la casa y la vida con el fin de recibir bien al bebé.
Era diciembre y una semana después, la misma jueza les preguntó si les gustaría tener al bebé para la Navidad. Ante la afirmativa de ambos, ella sonrió y ordenó la transferencia del bebé para la custodia de ellos.
La preparación del hogar que debería darse en nueve meses, no tardó más de treinta y seis horas.
En la última audiencia, cuando la jueza firmó el documento de adopción, Peter pidió la palabra. Tenía una pregunta que lo atormentaba.
¿Será que la jueza sabía que Danny era asistente social y creyó que él sería un buen padre? ¿Por qué, al final, ella les había permitido la adopción de aquel bebé?
Y entonces, preguntó: Señoría, me gustaría saber por qué usted preguntó a Danny si él estaba interesado en la adopción.
Tuve una intuición. – Respondió ella. ¿Me equivoqué?
Doce años más tarde, el bebé se volvió un niño sonriente y los padres, felices, agradecen a aquella mujer que cambió y enriqueció sus vidas.
El muchacho deseó conocer a la jueza que lo había regalado para aquellos padres maravillosos. Y le preguntó:
¿Se acuerda usted de mí?
Cómo no, dijo ella. La historia estaba en su memoria y ella se interesó en preguntar al pequeño Kevin sobre la escuela, sus pasatiempos favoritos y amigos.
* * *
Intuición: cuántos de nosotros podríamos ser más felices y proporcionar felicidad a los demás, si siguiésemos nuestras buenas intuiciones.
Tanto nuestro ángel de la guarda, como los buenos Espíritus que asisten a la Humanidad, a instancias de Dios, se encuentran siempre preparados.
Pero ellos dependen de que los hombres oigan lo que transmiten sus voces, que son registradas bajo el nombre de intuición o inspiración.
Estemos atentos y oigamos las buenas ideas que nos son sugeridas por esos guardianes del bien y nos volvamos, en la Tierra, hombres de acción, contribuyendo para el mundo mejor del Tercer Milenio.
Redacción del Momento Espírita, con base en el
artículo Destino, fe y paternidad, de Peter Mercurio,
de Selecciones del Reader´s Digest, de agosto de 2013.
En 31.3.2015.