La gentil dama caminaba a paso lento a la orilla del mar.
Sus pensamientos bailaban apresurados en varias direcciones: los hijos, los nietos, los recuerdos del pasado, tantas añoranzas.
Pasó las manos por los cabellos cubiertos por la nieve del tiempo y también por las señales profundas en su rostro, que registraban todos los años que habían quedado atrás.
También había todavía señales en su corazón. Era la sensación de que le faltaba algo.
En medio de tantos pensamientos, ella ni había percibido que la bóveda celeste se había vuelto negra, salpicada del titilar misterioso de las estrellas.
Cansada, se sentó a contemplar el gran espectáculo que se presentaba frente a ella: en el horizonte el mar encontraba el cielo, revelando la perfecta armonía existente en toda la Creación.
De repente observó que, muy lejos, una estrella fugaz surcaba el firmamento, haciendo el espectáculo aún más hermoso.
Ella se acordó de los dichos de su abuela, que recomendaba hacer un pedido cuando presenciase una estrella fugaz.
Sin titubear, en su fuero interno buscó la inspiración para hacer una petición.
Pensando en sus hijos, se dio cuenta que todos, cada uno a su manera, estaban realizados y bien exitosos en sus vidas.
Sus nietos, igualmente, eran niños sanos y felices.
Su matrimonio, aunque fuese viuda desde hacía muchos años, había sido muy próspero, basado en el respeto mutuo y el compañerismo inquebrantable.
Su salud, incluso mostrando cierta fragilidad provocada por los años, estaba muy buena, posibilitando que ella tuviese días afortunados y una excelente calidad de vida.
Recurriendo una vez más a su memoria, se acordó de varios momentos de amargura por los que pasó a lo largo de sus casi ochenta años.
Por otro lado, se dio cuenta de que los había superado, aprendido de ellos, quedado más experimentada y que muchos de ellos la habían transformado en una persona mejor y más fuerte.
Por lo tanto, decidió no hacer ninguna petición.
Respirando profundamente y sintiendo la brisa benéfica del mar, sólo agradeció.
Y la sensación que le faltaba algo desapareció porque se dio cuenta que no estaba hecha de aquello que le faltaba, sino de aquello que ya poseía.
* * *
Muchas veces, en el curso de nuestras vidas, pasamos largo tiempo dedicado a lo que no tenemos y nos olvidamos de valorar lo que ya conquistamos.
Los medios de comunicación, en general, nos imponen tantas normas sociales y de belleza que casi ya no nos reconocemos en función de lo que somos, sino de lo que tenemos.
Por eso, en medio de tantos deseos y sueños de conquista, recordémonos de agradecer al Creador por la familia, por los amigos, por el trabajo, por los momentos felices e, incluso, por las dificultades que contribuyen, de manera significativa, a nuestro desarrollo intelecto-moral.
En nuestras rogativas, no pidamos más a Dios las mejores cosas del mundo, porque ya nos hemos dado cuenta que las mejores cosas de la vida Él ya nos concedió.
Las mejores, porque son las más necesarias para nuestro progreso.
¡Pensemos en eso hoy y siempre!
Redacción del Momento Espírita.
En 9.3.2015.