Cuentan las tradiciones del mundo espiritual que, en una ocasión, estaba Vicente de Paúl, el noble sacerdote francés, celebrando un oficio religioso.
El noble clérigo, quien ganaría la Historia por su devoción a los pobres y por su humildad verifica, durante la solemnidad, una repentina alabanza pública.
Se acerca al altar un viejo pirata que, en voz alta, comienza su letanía de agradecimientos.
Gracias Dios mío, decía él, por los ricos barcos que has puesto en mi camino, por las buenas presas, víctimas de mis robos y saqueos.
Gracias a Tu generosidad Señor, pude tomarles las riquezas y los tesoros. No permita nunca que este Tu hijo se pierda en la miseria.
En seguida, se aproxima al altar un joven que, a su vez, pasa a tejer los motivos que tenía para agradecer al Señor.
Gracias Dios mío, por la herencia que permitiste que yo heredase con la muerte de mi abuelo.
Él, que hizo fortuna en la guerra y en las batallas, nos deja una gran suma de dinero.
Por lo tanto, pasaré la existencia en el entretenimiento y en la diversión, sin necesidad de trabajo.
En seguida, fue un caballero maduro quien se aproximó al altar para sus agradecimientos públicos.
Divino Maestro, te agradezco el amparo por la victoria en la batalla que empecé para ampliar los dominios de mis tierras.
Ahora, gracias a Tu poder, ampliaré mi fortuna y mis bienes.
No tardó para que una adornada dama tomara la posición de agradecimiento.
Te doy las gracias Señor, por los esclavos que Tú me has conferido en mis tierras coloniales.
Gracias al trabajo de ellos, tengo fortuna, poder y riqueza, sin grandes preocupaciones por mi futuro y el de los míos.
Los agradecimientos continuaban cuando San Vicente de Paúl, asombrado, se dio cuenta que la imagen del Maestro de Nazaret, estática en el altar, adquiría vida y movimiento.
Reparando que el Maestro, llorando, se alejaba a paso rápido, el noble sacerdote, asustado, Le indaga:
Maestro, ¿por qué Te alejas de nosotros?
El Celestial Amigo, melancólico, se dirige al sacerdote:
Vicente, me alejo porque me siento avergonzado de recibir alabanzas y agradecimientos de los que se olvidan y desprecian a los débiles, a los infelices, a los desafortunados y piensan sólo en sí mismos.
A partir de ese día, San Vicente de Paúl nunca más abandonó la túnica de la pobreza, trabajando incesantemente en la caridad.
* * *
No diferente de ellos, muchas veces actuamos de manera semejante.
Nos acordamos de agradecer a Dios con los labios y las palabras.
Sin embargo, nos olvidamos de que, como Jesús nos recuerda, a cada uno de aquellos que le damos de vestir, de beber y de comer, será a Él que estaremos sirviendo.
La mejor manera de agradecer a Dios, será siempre sirviendo al prójimo.
Dar el abrigo, el pan, o incluso, dar nuestro tiempo y nuestra atención a quien cruza nuestro camino, será la forma más noble y feliz de agradecer las bendiciones de la vida.
Redacción del Momento Espírita, basado en
el capítulo 13, del libro Contos e Apólogos,
del Espíritu Irmão X, psicografía de
Francisco Cândido Xavier, ed. FEB.
En 9.2.2015.