Aunque se cuenten a manos llenas en el mundo, las calamidades, los dolores y las dificultades, en todos los rincones hay quien siembre amor, paz y solidaridad.
Aunque se hable de catástrofes, crímenes atroces y barbaries, nunca hubo, como hoy, tanta solidaridad, abnegación y amor al prójimo.
Así, será siempre lo que cada uno de nosotros elijamos para valorar, aquello que va a caracterizar por lo que nuestra sociedad está pasando.
El mundo siempre ha sido hecho de contrastes.
En la multitud que somos todos nosotros, los Espíritus reencarnados en la Tierra, estamos cada uno en su nivel de evolución y maduración, fruto de la propia conquista individual.
Así, nada más natural que algunos se complazcan con la guerra, mientras otros siembran la paz.
No suena tan incoherente que algunos coleccionen fortunas vacías y sin sentido, mientras otros trabajan en la solidaridad fraterna.
Algunos más maduros, otros no tanto.
Vale la pena recordar que, en este caldo cultural que es nuestra Humanidad, cada uno de nosotros responde sólo por lo que hace.
Así, la maldad ajena será siempre del otro, mientras no la acojamos en nuestra intimidad.
La violencia del prójimo estará manchando sólo sus propias manos, mientras no nos apropiemos de ella como una forma de conducta personal.
Inevitablemente, esos comportamientos a menudo extraños y desequilibrados, nos chocan, nos causan repulsión, generando comentarios de indignación.
No obstante, nos queda indagar: ¿qué es lo que hacemos delante de tanta desfachatez?
Si tantos se enriquecen con el robo y con la corrupción, ¿estamos educando a nuestros hijos en las virtudes de la honestidad y la honradez?
Si muchos se valen de la violencia para sobresalir, acumular seguidores o como conducta de vida, ¿será que estamos promoviendo la paz con nuestras actitudes y comentarios?
Si nos cansamos de la manera venal cómo hombres y mujeres están comercializando sus cuerpos, como están vulgarizando el sexo, reduciéndolo a instrumento liviano de placer, ¿será que hemos tenido una postura de sensatez y respeto por nuestro propio cuerpo?
La sociedad es el espejo de sus ciudadanos, con su madurez y sus valores.
Si deseamos que ella se modifique, comencemos por nosotros.
Nuestros valores y actitudes contribuirán para un mundo mejor, o se sumarán al desequilibrio vigente.
Todo es una cuestión de elección.
De ese modo, todas las veces que deseemos cambiar el mundo, que anhelemos valores elevados, esa será la hora de empezar a cambiar a nosotros mismos.
La reestructuración del mundo pasa inevitablemente por la reestructuración de cada uno de nosotros.
Llegará el día en que, cansada y agotada de los valores vacíos e infelices con los cuales eligió caminar, nuestra sociedad buscará otros parámetros.
Mientras tanto, podemos dar inicio a esa sociedad más equilibrada y noble con la que todos soñamos.
Frente a la espera de cambios más intensos y significativos, busquemos implementar en nuestra intimidad todo lo que deseamos que un día sea la tónica de nuestro mundo.
Pensemos en eso. Hagámoslo.
Redacción del Momento Espírita.
En 8.12.2014.