¿Quién reconocería en aquel Hombre las grandezas de Su alma?
El mundo estaba, y aún está, acostumbrado a evaluar las cosas a través de los ojos, sin entender las ponderaciones del corazón.
Por eso, muchos sabios, ricos y doctores Lo despreciaron, mientras otros, harapientos, andrajosos, enfermos, entendieron la música que Él cantaba.
¿Quién diría que el Rey Celestial vendría para servir?
Los sueños infantiles de la Humanidad Lo esperaban como un mandatario, para exigir que, bajo el peso de Su espada, todos se postrasen a Sus pies.
No obstante, Él fue capaz de hacerse siervo, lavando los pies de los apóstoles, enseñando las lecciones aún incomprendidas de humildad y de simplicidad.
¿Cómo sería posible percibir en aquella figura un hombre santo?
Una vez que andaba con los leprosos, conversaba con las prostitutas, cenaba con los publicanos, ¿cómo Él no habría de contaminarse con los impuros?
Sin embargo, impoluto, mostró que la pureza es capaz de limpiar todas las manchas, hasta el punto de uno de los Suyos aseverar que el amor es capaz de cubrir una multitud de pecados.
Nos llamó ovejas, a fin de que entendiésemos que Él era el Buen Pastor.
Y nos invitó a seguirLo, tomando sólo Su carga ligera y Su yugo suave.
En el nombre de un amor jamás visto, y hasta hoy poco vivido, fue capaz de sanar a los ciegos, limpiar las carnes podridas, convertir a los ilusionados de la vida y revolucionar el mundo.
Sanó en sábado, entabló conversación con la mujer samaritana, invitó al recaudador de impuestos a seguirLo.
Mostró que la pobre viuda donaba más que el rico fariseo. Se sirvió de la figura de la higuera seca, sin frutos, para hablar de la necesidad de producir siempre buenas obras.
Y sanando a tantos, alertaba que no serviría echar vino bueno en odre viejo, invitando así a la renovación de los pensamientos, de las actitudes, del proceder.
Como hermano mayor y experimentado, nos explicó que Dios es Padre, Padre bondadoso y generoso, proveedor de todas nuestras necesidades.
Apaciguó nuestras aflicciones en el relicario de la fe.
Y amó incondicionalmente. De tal manera y con tanta intensidad, que Su cantar, desde la primera hora embriagó a héroes y heroínas que se inmolaron en el nombre de vivir Su mensaje: quemados en las hogueras, destrozados por las fieras.
Luego los primeros pensadores fueron modificándose, reformándose moralmente en la comprensión de Su mensaje.
Pronto vinieron los más santos, con el fin de reanudar la sencillez de Su mensaje, ya perdido en el cenagal de las pasiones humanas.
Y más recientemente, no faltaron aquellos que se destacaron en la multitud por permitirse amar, como Él vino a proponer.
Después de todo, ¿quién es ese Hombre, quién es Él en nuestra vida?
Pilatos, al presentarLo a la multitud con el fin de satisfacer a la turba, sólo se refirió a Él diciendo: Ecce Homo. He aquí el Hombre.
Síntesis extraordinaria. Allí estaba el hombre íntegro, pleno.
Sin embargo, para los que se dejan sensibilizar por Su propuesta, Él es el Camino, la Verdad y la Vida. El Buen Pastor, la Luz del mundo, la plenitud.
En esta Navidad, reflexionemos lo que Él, el Buen Jesús, ha representado en nuestra vida.
Recordemos que suena la hora en que, finalmente, habrá refugio para Él en la morada de nuestro corazón de modo que, en definitiva, haya Navidad perenne en nosotros.
Redacción del Momento Espírita.
En 27.10.2014.