Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Sembrando rosas

Una reina de Portugal llamada Isabel fue conocida por su bondad y abnegada práctica de la caridad.

Sucede que a su marido, el rey D. Diniz, no le gustaban las visitas de la reina por las calles de la miseria.

Mucho menos las distribuciones que ella hacía entre los pobres. No podía admitir que una mujer noble dejase el trono de los honores humanos para mezclarse con una multitud de enfermos, hambrientos y mal vestidos.

La bondadosa Reina, sin embargo, burlaba la vigilancia de los soldados y las damas de compañía y buscaba el dolor en casuchas inmundas, llevando de sí misma y todo lo demás que pudiese cargar del palacio.

No llevaba siervas consigo, ya que esto sería pedirles que desobedeciesen las órdenes reales.

Era humillante, de acuerdo a su marido, lo que ella hacía. ¿Cómo una Reina, nacida para ser servida, realizaba el trabajo de criados, cargando bolsas de alimentos, ropas y medicinas?

Cierto día él mismo fue a acecharla. Decidió sorprenderla en su desobediencia. Vio cuando ella entró a la despensa del palacio y llenó el delantal de alimentos.

Cuando ella se dirigía a los jardines del palacio, a fin de llegar al camino polvoriento, en los talones del hambre, él salió apresurado de su escondite y le preguntó:

¿Adónde va usted, señora?

Ella se detuvo, asustada en el primer momento. Y como tardase en contestar, él alteró la voz y en tono acusador, preguntó:

¿Qué lleva en el delantal?

Levemente ruborizada, pero con la voz firme, ella finalmente le respondió:

¡Son flores, mi señor!

¡Quiero verlas! Dijo el Rey, casi con rabia, porque sentía que estaba siendo engañado.

Ella bajó el delantal que sostenía entre las manos y dejó su contenido caer al suelo, en un gesto lento y delicado.

En un fenómeno maravilloso, rosas de diferentes tonalidades e intensamente perfumadas colorearon el suelo.

Consta que el Rey nunca más intentó impedir a  la reina la práctica de la caridad.

* * *

Para quien padece las aflicciones del hambre, sintiendo el estómago quejarse del vacío que lo consume; para quien oye, sufrido, las peticiones de los hijos por un pedazo de pan, unas cucharadas de arroz, la cuota de alimento que les calme las necesidades es  semejante a un frasco de medicamento poderoso.

Para quien atraviesa la noche de la angustia junto al lecho de un hijo  delirando de fiebre, las gotas del medicamento son la condensación de la esperanza del retorno a la salud.

Para quien siente las garras afiladas del invierno cortarle las carnes, recibir una manta que lo proteja del viento gélido es una ventura.

Por eso, quien lleva panes, abrigo y confort es portador de flores perfumadas de varios matices.

* * *

Hay muchos que afirman que dar cosas es alimentar la pereza y fomentar la comodidad.

Sin embargo, bocas hambrientas y cuerpos enfermos no pueden prescindir del alimento apropiado y de la medicación adecuada.

Si deseamos seres activos, involucrados en el trabajo, es necesario darles las condiciones mínimas. No se puede enseñar a pescar a alguien que ni siquiera tiene fuerzas para sostener la caña de pescar.

 

Redacción del Momento Espírita.
En 9.9.2014.

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