Una película de ciencia ficción presenta una guerra estelar en un tiempo futuro.
La pantalla de apertura de la película trae un pensamiento fascinante:
En el momento en que verdaderamente conozco a mi enemigo lo suficientemente bien como para derrotarlo, en ese exacto momento, paso a amarlo.
Ahora, ¿cómo eso podría suceder?
¿Cómo un sentimiento de odio se transformaría en amor?
¿Es sólo una divagación tonta del autor de la idea?
No. Ella tiene mucho sentido y necesita ser analizada por nosotros, racionalmente y también por nuestros sentimientos.
En primer lugar, interpretemos con un enfoque en los enemigos externos, adversarios crueles, que a veces surgen en nuestras vidas.
En la medida que nos inclinamos a conocerlos en profundidad, para identificar sus puntos débiles, quién sabe, también vamos descubriendo igualmente sus razones, su lado humano, su lado débil.
Encontramos que nadie es completamente sórdido, que nadie es completamente malo. Encontramos que allí, del otro lado, por detrás de un ceño fruncido, aparentemente seguro e implacable, hay un alma en desesperación.
Sí, el mal es una enfermedad, es la sombra que aún no se hizo luz y, en la medida que vamos conociendo mejor al otro, vamos comprendiendo su lado, sus motivos, no para aceptar el mal; no, de ninguna manera, sino para comprenderlo.
En ese momento en que conocemos profundamente al adversario, hasta el punto de ser capaz de derrotarlo, podemos comenzar a amarlo, porque conseguimos ver el mundo a través de su mirada, conseguimos sentir lo que él siente y, en un ejercicio de intensa empatía, saber cómo es estar allí, del otro lado.
En ese instante, el enemigo pasa a ser el mal propiamente dicho y no más nuestro semejante.
* * *
Pero, todavía podemos vislumbrar esa idea de otra manera, más brillante aún, trayendo para el análisis nuestros enemigos íntimos - las sombras que nos impiden autoamarnos.
Luchamos contra nosotros mismos y cuando salimos derrotados, la baja autoestima, la depresión, la insatisfacción, consumen nuestras vidas hasta el punto de anular todas nuestras fuerzas.
Sin embargo, si entendemos la idea de conocer al enemigo, profundamente, al punto de amarlo, podemos colocarla en práctica también en la vida íntima.
Pasamos a autoamarnos, porque nos conocemos, sabemos de nuestros esfuerzos, de nuestras razones, de nuestra lucha, de cuánto ya somos mejores hoy de lo que fuimos ayer.
No nos vemos como enemigo de nosotros mismos. Nos autorefugiamos con cariño, con paciencia y tolerancia.
No nos descuidamos de nosotros, porque la desatención es autodesamor. Sin embargo, no nos sobrecargamos de cobros impropios, de exigencias exageradas, hasta el punto de nunca alcanzar nuestras expectativas.
Cuando conocemos profundamente nuestro lado sombra, a través del autoconocimiento, tenemos las herramientas para autoamarnos y no para derrotarnos a nosotros mismos.
Derrotamos el desánimo, la inercia, derrotamos la falta de confianza.
Vencemos la ociosidad, la tristeza, vencemos el pesimismo.
* * *
Pensemos, por fin:
¿Quiénes son nuestros verdaderos enemigos?
¿Estamos librando una auténtica lucha cuando peleamos unos contra otros?
¿Será que, en verdad, no estamos meramente proyectando, afuera, lo que nos asusta tanto aquí adentro?
Pensemos en eso...
Redacción del Momento Espírita, con citación de la
película Ender´s Game, dirigida por Gavin Hood,
basada en la obra literaria de Orson Scott Card.
En 23.7.2014.