Así inicia el poeta Castro Alves su poema Voces de África. Es el lamento del Continente Africano, al ver sus hijos siendo llevados como animales al mercado de esclavos.
¡Dios! ¡Oh Dios!
¿Dónde estás que no respondes?
¿En qué mundo, en qué estrella te escondes,
Disfrazado en los cielos?
Hace dos mil años te envié mi grito,
Que en vano, desde entonces, recorre el infinito…
¿Dónde estás, señor Dios?
De forma similar a los versos del poeta, muchas voces se elevaron cuando sucedió el 11 de septiembre de 2001, para indagar donde estaba Dios en aquél momento.
¿Por qué permitió que más de dos mil vidas fueran aniquiladas aquella mañana?
¿Por qué?
Aún podría preguntarse donde estaba Dios cuando fomentamos la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Cuando eliminamos seis millones de judíos, en nombre de una inexistente superioridad aria.
¿Y cuando emprendemos las cruzadas, llevando la muerte a aquellos que calificábamos como infieles?
¿Y durante la barbarie de la Inquisición?
¿Y dónde está Dios todos los días?
¿Dónde está Dios cuando engañamos a nuestro hermano?
¿Cuándo mentimos para conseguir favores?
¿Cuándo deshonramos nuestro hogar, con el adulterio?
¿Cuándo eliminamos la vida en el vientre materno, porque no deseamos el ser que está siendo gestado?
¿Dónde está Dios cuando dejamos de cuidar a nuestros hijos, de orientarles, porque preferimos la comodidad?
¿Dónde está Dios cuando herimos y destruimos la honra de otras vidas, utilizando el poder que el mundo nos confiere?
¿Dónde está Dios cuando defendemos la pena de muerte para nuestro hermano? ¿O la eutanasia?
La respuesta es la misma para todas las preguntas: Dios está dentro de nosotros, dentro de cada persona.
Soberanamente sabio, nos creó a todos iguales, partiendo de un mismo punto de simplicidad e ignorancia.
Creó los mundos para que trabajáramos en ellos utilizando nuestras fuerzas, y creciéramos en intelecto y moral.
No concedió privilegios a nadie, sino que nos otorgó a todos el libre albedrío, con la consecuente Ley de Causa y Efecto.
Estableció que a cada uno le será dado según sus obras y que todos, sin importar cuanto tarde, deberán llegar al mismo destino: la perfección.
Él nos permite la siembra libre, pero establece la cosecha obligatoria.
Por ello, unos siembran vientos y cosechan tempestades. Otros lanzan al suelo las semillas de la bondad y del bien y alcanzan felicidad.
Unos están sembrando hoy. Otros, cosechando las bendiciones o las desgracias que se permitieron sembrar.
Conocedor de las fragilidades de Sus hijos, aguarda que cada uno despierte en su momento, cansado de los dolores adquiridos para si mismo.
Por lo tanto, no indagues donde está Dios cuando contemples la injusticia.
Trabaja por la justicia.
No preguntes donde está Dios cuando veas la violencia.
Siembra la paz.
No cuestiones donde está Dios cuando prevalezca la miseria.
Utiliza tus recursos para sembrar riquezas.
En fin, donde quiera que estés, recuerda que Dios está en ti y contigo. Y espera que seas tú Su mensajero de bendiciones.
Piensa en eso. Piensa ahora y empieza a mostrar al Mundo el Dios que existe en tu interior.
Redacción del Momento Espírita.
Disponible en el CD Momento Espírita Español, v. 1, ed. FEP.
En 27.6.2014.