El espectáculo de la primavera explotando en flores y colores es deslumbrante.
Casi increíble, si no ocurriera todos los años, después de los meses de invierno con temperaturas extremadamente bajas, con tal profusión de botones y flores abriéndose a los besos del sol.
Los árboles, hasta hace poco desnudos, se visten de verdes variados y se engalanan con hojas.
Pero el espectáculo que el hombre monta con árboles, plantas, follaje y flores siempre es indescriptible.
En ciertos lugares el encantamiento sobrepasa todo lo que se pueda pensar en colores. Así es, por ejemplo, en el jardín de Kawachi Fuji, localizado a cerca de seis horas de la capital japonesa, Tokio.
En ese jardín, nada menos que ciento y cincuenta plantas de glicinias chinas atraen la vista de los turistas, especialmente en el túnel, que permite caminar bajo un hermoso cielo, repleto de color y perfume.
También en Mainau, la famosa isla en el lago de Constanza, Alemania, la diversidad de flores, árboles y plantas excede a lo común.
Robles y cedros frondosos dan al lugar una silueta elegante, además de una legión de plantas en macetas y una valiosa colección de cítricos.
De junio a agosto, alrededor de nueve mil rosales de cuatrocientos tipos diferentes ofrecen sus rosas. Además de los colores, de los perfumes, de la textura de los pétalos de cada flor, los visitantes se encantan con las formas hechas por los jardineros.
En Bruselas, Bélgica, cada dos años la ciudad se transforma en el escenario de un gran espectáculo: un enorme tapiz de begonias es montado, formando una composición bellísima, cuya vista es gratuita para todos los transeúntes.
Bélgica es el mayor productor de begonias del mundo. Todas las flores del tapiz son verdaderas y cultivadas en el mismo país.
Aunque sin tierra, ellas son colocadas lado a lado, de forma tan apretada que crean su propio microclima, permaneciendo frescas y coloridas por días.
En fin, en todas las ciudades, plazas y parques del mundo es posible encontrar la policromía de las flores ajustada por la mano humana.
El hombre es genial en la elaboración de figuras geométricas en canteros, mezclando colores, idealizando bellezas.
En cualquier jardín, por pequeño que sea, incluso en un pequeño balcón de un apartamento, se podrá ver lo que hace la mano humana con la producción Divina.
Así sucede: Dios crea las flores y el hombre compone los jardines.
Se une la genialidad infinita de Dios a la creatividad humana y el resultado es lo que extasía a nuestros ojos y al Espíritu.
En esos momentos, el alma se siente más próxima de su Creador, Padre y Señor.
Y el hombre se siente feliz componiendo esos poemas de color y perfume, valiéndose de la esencia Divina que dormita en su intimidad.
En esa complicidad para el arte, una vez más se atestigua la grandeza del Creador. Él podría haberlo hecho todo solo. Sin embargo, deseó que el hombre se convirtiese en colaborador constante.
Es por eso que el hombre se supera todos los días, engendrando más y más versos en colores y poesía de perfumes.
Dios crea las flores, el hombre idealiza los jardines.
Redacción del Momento Espírita.
En 5.5.2014.