Algunas personas son conocidas como perfeccionistas. El vocablo significa persona que tiene la tendencia obsesivamente exagerada para alcanzar la perfección en lo que hace.
Realizar lo mejor en lo que se hace es una cualidad loable. Sin embargo, cuando se acerca a la obsesión, trae la infelicidad a la persona y a aquellos que conviven con ella.
Si es alguien con cargo de dirección, será muy complicado que consiga un equipo de trabajo que logre atender a sus exigencias.
A su vez, en la convivencia doméstica le será difícil atender a las expectativas, pues la ropa nunca estará impecable como él desea, o la comida con el sabor exacto, o los muebles con total ausencia del más mínimo polvo.
La persona termina por generar alrededor de sí misma un halo de antipatía y de mala voluntad ya que, de antemano, todos saben que, por más que se esfuercen, jamás alcanzarán el grado de perfección idealizado por ella.
Se cuenta que, en el siglo X, el joven Rikyu deseaba aprender los complicados rituales de la ceremonia del té y buscó al gran maestro Takeno Joo. Para que se pudiera aceptar al joven, era necesario someterlo a una prueba.
Entonces, el maestro le mandó que barriese el jardín. Rikyu limpió el jardín hasta que no restó ni siquiera una pequeña hoja fuera de lugar.
Al terminar, examinó cuidadosamente cada centímetro de la arena del impecable jardín. Cada piedra estaba en su lugar y todas las plantas estaban perfectamente arregladas.
Sin embargo, antes de presentar el resultado al maestro, Rikyu sacudió el tronco de un cerezo e hizo caer algunas flores que se esparcieron, sin cuidado, en el suelo.
El Maestro Joo, impresionado, admitió al joven en su monasterio. Rikyu se convirtió en un gran maestro del té y desde entonces es reverenciado como aquel que comprendió la esencia del concepto de Wabi Sabi: el arte de la imperfección.
Percibir la belleza que se esconde en las imperfecciones del mundo es un arte. Los tapices persas siempre ostentan un pequeño error, un minúsculo defecto, con el objetivo de recordar al espectador que sólo Dios es perfecto.
Tal es la condición humana, y el arte de la imperfección comienza cuando aprendemos a reconocerla y aceptarla.
La sabiduría está en saber vivir en el mundo, en armonía con el mundo, respetando todo y a todos.
Percibir la Sabiduría Divina en la diversidad de los colores en la naturaleza y en la piel de los hombres.
Por eso, cada ser es especialmente único en términos de sentimientos y cualidades. Nadie es igual al otro, como en la naturaleza ninguna hoja es exactamente igual a la otra.
Eso habla de la grandeza de Dios. Eso nos invita a ser comprensivos con las cualidades del prójimo que nos sirve, que convive con nosotros, que nos ama.
Disfrutar de la travesura del niño inquieto, del andar lento y descompasado de aquel que venció a los años y avanza en el nuevo siglo, de aquel que tiene la agilidad del viento, de aquel que trae la cabeza sumergida en sueños.
Por lo tanto, vivamos en el mundo, amando, sirviendo e invirtiendo en nuestro perfeccionamiento moral.
Y aprendamos a mirar a las personas como siendo las flores del cerezo caídas, sin cuidado, bordando delicadamente el césped verde, con la certeza de que ellas confieren la verdadera belleza a ese inmenso jardín de Dios, llamado Tierra.
Redacción del Momento Espírita con base en la
investigación sobre Wabi Sabi, A arte da imperfeição.
En 28.4.2014.