Era un día caluroso. El autobús estaba repleto de personas. Algunas llevaban bolsas, paquetes.
Otras sostenían bebés en brazos, mientras otras más buscaban calmar a los niños inquietos, que intentaban perturbar la tranquilidad de los pasajeros circunspectos.
Hacía calor. Las señoras conversaban, hablando de las dificultades de sus vidas, los problemas con los hijos, la falta de dinero, el desempleo del marido.
Los jóvenes hablaban alegremente de la fiesta planificada para el fin de semana.
Un escenario común. Todos los días, las escenas eran más o menos semejantes.
¿Qué se puede esperar de momentos así, tan comunes?
Pero, mientras el autobús iba agitándose a lo largo de la carretera, en uno de los asientos había un viejito flacucho sosteniendo, con todo cuidado, un ramo de flores.
Eran flores hermosas, frescas aún. Debían haber sido recogidas en un jardín muy bien cuidado, al amanecer, besadas por el rocío.
Del otro lado del pasillo, una muchacha no quitaba los ojos de las flores.
Eran hermosas, exuberantes.
Entonces, llegó el momento del hombre de bajar del autobús. Él se levantó y caminó hacia la puerta.
Cuando pasó cerca de la joven, en un ímpetu, le ofreció las flores.
Puedo ver que le encantaron las flores. – Explicó él.
Creo que a mi mujer le gustaría que se quedara con ellas. Diré a ella que le di las flores a usted.
La muchacha aceptó el bouquet con una sonrisa tímida y ni siquiera tuvo tiempo de agradecer.
El hombre se bajó del autobús. Entonces ella lo vio cruzar la calle y adentrarse por los portones de un pequeño cementerio.
* * *
Para aquellos que aman, la vida no se interrumpe cuando el cuerpo del ser amado desciende a la tumba.
Aquellos que aman tienen la certeza de que el amor no muere jamás y continúan llevando adelante a sus vidas.
Naturalmente, con un poco de tristeza, por la ausencia física del ser amado. Pero, siempre hacia adelante.
Cada día ofrecen al que se fue lo mejor de sí.
Recuerdan los días de felicidad, los paseos, las risas, los viajes.
Ofrecen flores que no necesariamente deben ser depositadas sobre la tumba. Se puede ponerlas en un florero, en casa, y ofrendarlas.
O incluso dejarlas en las ramas, coloreando el jardín, como si dijera:
Mi amor, ¿ves qué hermosas están las rosas? Todavía sigo cuidándolas.
En algún momento, cuando te sea posible, cuando el Señor de los Cielos permita que vengas a visitarme, encontrarás el jardín como te gustaba: lleno de flores, perfumado.
También cuido de los geranios. No me olvido de regar los helechos.
Un día, cuando el tiempo agote el conteo de mis horas en la Tierra, espero poder ir a tu encuentro.
Hasta entonces, recibe las flores de mis recuerdos. Y las de nuestro jardín.
Estoy seguro que no te importará que yo recoja, una que otra vez, algunas margaritas para ofrecer a los vecinos, a los amigos.
Al igual que yo, ellos no se olvidan de ti.
Hasta pronto, mi amor!
* * *
Piensa en ello y aunque sientas el corazón partido por el dolor de la separación por la muerte, ¡vive!
Vive intensamente, porque quien te ama desea que seas feliz hoy, mañana y después... Hasta el reencuentro.
¡Piensa en ello!
Redacción del Momento Espírita, basada en el cuento
O Presente, de Bennett Cerf, del libro Histórias para
aquecer o coração, edición de oro, Jack Canfield y
Mark Victor Hansen , ed. Sextante.
En 15.4.2014.