La
charla informal durante el desayuno fue una oportunidad más de aprendizaje para
los que escuchaban a aquella señora de semblante tranquilo y cabellos
encanecidos por las primaveras ya vividas.
Ella
puso el café y la leche en la taza y alguien le ofreció azúcar. Pero la señora
agradeció diciendo que no usaba azúcar. Alguien le alcanzó rápidamente el
edulcorante por pensar que debería estar cumpliendo alguna dieta.
Pero
ella agradeció otra vez y dijo que tomaba apenas café con leche, sin azúcar y
sin edulcorante dietético.
Su
actitud causó admiración, pues pocas personas no usan azúcar. Pero ella contó
su historia.
Dijo
que poco después de casada había dejado de usar azúcar. Inmediatamente
imaginamos que debería ser para acompañar al marido al que, seguramente, no le
gustaban las alimentos dulces.
Pero
aquella señora, que ahora recordaba con cariño a su esposo ya fallecido hace
algunos años, aclaró que el motivo era otro.
Contó
que el azúcar le gustaba mucho a su joven esposo, y también habló de la
escasez del producto durante la Segunda Guerra Mundial.
Dijo
que a causa del racionamiento conseguían solamente pocos kilos por mes y que
mal alcanzaba para su compañero.
Ella,
que lo amaba mucho, renunció entonces al azúcar para que no le faltara a su
bien amado.
Declaró
que después que la guerra terminó y la situación se normalizó, ya no le
importaba más endulzar su café y que había perdido completamente la costumbre
de comer cosas dulces.
Hoy
en día, quizás una actitud de esas causaría espanto en los que no consiguen
analizar el valor y la grandeza de una renuncia de tal tamaño.
Solamente
quien ama verdaderamente es capaz de un gesto noble a favor de la persona amada.
En
los días actuales, en que las parejas se separan por cuestiones tan
insignificantes, vale la pena recordar las heroínas y los héroes anónimos que
renunciaron o renuncian a tantas cosas para que la compañera o compañero logre
la felicidad.
Actualmente
raros son los cónyuges que transigen en una simple opinión a favor de
la armonía en el hogar, vale recordar que la vida en pareja debe ser un
ejercicio constante de renuncia y abnegación.
No
estamos hablando de anularse ni de ser sirviente uno del otro, sino
sencillamente de la necesidad de relevar o tolerarse los defectos mutuamente.
No
es necesario llegar al punto de tener que transigir de algo de lo que se guste
por capricho o exigencia del consorte, pero si podemos renunciar a algo para que
nuestro amor sea feliz, esa será una actitud de gran nobleza de nuestra parte.
Al
fin de cuentas, el verdadero amor está hecho de renuncia y abnegación
si no, no es amor, es egoísmo.
Si
entre los que optaron por dividir el hogar, la cama y el cariño a dos, no
existe tolerancia, ¿de quien podemos
esperar tal virtud?
Se
usted aún no había pensado en
eso, piense ahora.
Piense
que, cuando se opta por vivir las experiencias del casamiento, se decide
compartir una vida a dos y eso significa, muchas veces, transigir en algunos
caprichos a favor de la armonía en el hogar.
Si
usted sólo se ha dado cuento de eso después de casado, recuerde que la
convivencia es un arte y un reto que merece ser vivido con toda dedicación y
cariño. Pues cuando aprendamos a vivir en armonía dentro del hogar, estaremos
preparados para vivir bien en cualquier sociedad.
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“El
matrimonio es una sociedad de ayuda mutua, cuyos bienes son los hijos, espíritus con los que nos encontramos vinculados por los
procesos y necesidades de la evolución”.