En cierto pasaje del Evangelio, Jesús ofreció Su paz a la Humanidad.
Sin embargo, resaltó que esa paz era diferente de la paz mundana.
En otro momento, dijo que el Reino de los Cielos era sólo accesible a quien hacía la voluntad de Dios.
También sentenció que el Reino de los Cielos no viene con apariencias exteriores.
Se concluye que el Reino de los Cielos es un estado de conciencia.
La paz de Cristo corresponde a una conciencia en paz.
El Espíritu que pacifica a la propia conciencia goza de una intensa e imperturbable satisfacción íntima.
Ese profundo silencio interior, extremadamente placentero, no depende de circunstancias materiales.
Incluso ante la lucha, la serenidad permanece inalterable.
En el mundo actual, donde las personas llevan un sin número de neurosis y complejos, se pone en evidencia la general carencia de la paz de Cristo.
La capacidad de mantener la serenidad y la armonía en medio de las dificultades, parece muy deseable.
Evidentemente, la conquista de la paz ofrecida por el Maestro presupone seguir Sus enseñanzas e imitar Su conducta.
La vida de Jesús fue muy rica y plena de significados.
De ella es posible obtener infinitas lecciones.
Una de las enseñanzas más valiosas viene de la afirmación de Jesús de que Él no vino a la Tierra para ser servido, sino para servir.
Como Jesús es el Modelo y Guía de la Humanidad, se concluye que el cristiano debe ser un servidor.
Sin embargo, servir no implica hacer toda la voluntad del prójimo.
Quien realiza antojos y caprichos es un esclavo, no un servidor.
Servir significa atender a las necesidades legítimas, imprescindibles para el bienestar físico y emocional de las personas.
Jesús fue un servidor, jamás un esclavo.
Todos tenían necesidad de Sus sublimes lecciones y Él las dio.
Había escasez de ejemplos de dignidad y compasión y Jesús vivió tales virtudes a la perfección.
Sin embargo, Él jamás fue connivente con la hipocresía y los vicios de todo orden.
Cuando le pedían señales, Él no las daba.
El Maestro no atendió meras voluntades o caprichos.
Él satisfizo necesidades legítimas.
En resumen, cumplió con Su papel en el mundo.
Quien desea la paz de Cristo, debe seguir ese ejemplo.
Es necesario adoptar el rol de servidor.
Servir implica convertirse en un agente del progreso.
El servidor genuino perfecciona sus talentos por el estudio y por la reforma interior.
Y utiliza esos recursos en la construcción de un mundo mejor.
Auxilia al prójimo, al atender sus legítimas necesidades.
En su imperfección, los hombres se equivocan.
Por lo tanto, necesitan de tolerancia, comprensión y auxilio.
Pero también ellos deben evolucionar hacia Dios.
La vida terrenal tiene la finalidad de propiciar la evolución espiritual.
No se trata de un paseo sin compromisos.
Así que, servir al prójimo es ayudarlo a ser lo mejor que pueda.
Evolucionar es una necesidad imperiosa de todo ser vivo.
Está claro que servir no es tornar infantil a nadie, al librarlo de las experiencias necesarias para su vivir.
Sirve mejor quien, por sus actos y palabras, estimula al semejante para ser trabajador, puro, leal y bondadoso.
Quien sirve se convierte en un poderoso elemento del progreso y cumple con la función que le corresponde en el concierto de la Creación.
Así que, vive en paz, por la consciencia del deber cumplido.
Piensa en ello.
Redacción del Momento Espírita.
En 18.3.2014.