Cuéntase
que un joven caminaba por las montañas nevadas de la vieja India, absorbido en
profundas elucubraciones sobre el amor, sin poder solucionar sus ansiedades.
A
lo largo del camino, delante suyo, notó
que venía en su dirección un viejo sabio.
Demorado
en sus pensamientos sin encontrar una respuesta que le aquietase el alma,
resolvió pedir al sabio que lo ayudara.
Se
le acercó y le habló con verdadero interés:
-
Señor, deseo encontrar a mi amada y construir con ella una familia con base en
el verdadero amor.
-
Mientras tanto, siempre que viene a mi mente una joven bella y graciosa y yo la
miro con atención, en mis pensamientos ella se va transformando rápidamente.
-
Sus cabellos se vuelven blancos como la nieve, su piel rosada y firme empalidece
y se llena de profundas arrugas.
-
Su vivo mirar pierde el brillo y parece perderse en el infinito. Su forma física
se modifica acentuadamente y yo me aterrorizo.
Deseo
saber, mi sabio, ¿cómo el amor podrá ser eterno, tal como dicen los poetas?
En
ese mismo instante se les acerca una joven con trajes de luto, que trae en su
rostro expresiones de profundo dolor.
Se
dirige al sabio y le habla con voz embargada:
-
Acabo de enterrar el cuerpo de mi padre que murió antes de completar 50 años.
-
Sufro porque nunca podré ver su cabeza blanca aureolada de conocimiento. Su
rostro marcado por las arrugas de la experiencia, ni su mirar madurado por las
lecciones de la vida.
-
Sufro porque no podré más oír sus historias sabias ni contemplar su sonrisa
de ternura.
-
No veré sus manos arrugadas tomando las mías con profundo afecto.
-
En ese momento el sabio se dirigió al joven y le habló con serenidad:
-
¿Te das cuenta ahora de los matices del amor sin ilusiones, mi joven?
-
El amor verdadero es eterno porque no se apega al cuerpo físico, sino que su
afecto se arraiga al ser inmortal que lo habita temporalmente.
-
Es en esos sentimientos sin ilusiones ni fantasías que reside el verdadero y
eterno amor.
La
lección del viejo sabio es de un gran valor para todos nosotros que buscamos
las bellezas de la forma física sin contemplar las grandezas del alma inmortal.
El
sentimiento que valora solamente las apariencias exteriores no es amor, sino
pasión ilusoria.
El
amor verdadero contempla, además del aspecto físico que se desgasta y muere,
el alma que se perfecciona y lo deja cuando llega el momento, para proseguir
viviendo y amando, tanto cuanto permita
su corazón inmortal.
¡Piense
en ello!
Las
flores, por más bellas que sean, un día se marchitan y mueren... Pero su
perfume permanece en el aire y en el olfato de los que lo supieron guardar en
frascos adecuados.
El
cuerpo humano, por más bello y lleno de vida que sea, un día envejece y muere.
Pero
las virtudes del espíritu que de él se liberta continúan vivas en los
sentimientos de los que las supieron apreciar y preservar, en el frasco del
corazón.
¡Pensemos
en eso!