Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone El columpio

Un columpio al viento se mueve suavemente.

No se ve el suelo, no se ve el cielo... Sólo un movimiento rítmico hacia adelante... hacia atrás...

Juliana tiene trece años y está feliz como nunca.

¡Más fuerte, papá! – Dice ella, eufórica.

En aquel momento inolvidable el paisaje se desvanece para ella. Desaparece en medio a la alegría de estar con quien se ama.

Su sonrisa de niña encuentra el aire suave, fragante.

Sus oídos se deleitan con la voz tranquila del padre amado. Ella se siente segura, como nunca antes se había sentido.

El columpio va disminuyendo el ritmo y cuando está a punto de detenerse ella se da cuenta que su padre está delante de su rostro.

Qué hermoso es él... – piensa ella. Una belleza especial,  que está más adentro del corazón de la hija que a los ojos del mundo.

Hija... ¡Tienes que volver!  - Dice el hombre tiernamente.

Pero yo no quiero, papá... – Responde ella con voz cristalina.

Lo sé, mi amor... Pero tienes  que volver.

Ella empieza a llorar... El llanto por la diversión que termina tan pronto. El llanto por la voluntad de continuar allí.

La niña despierta llorando.

¡Fue un sueño! – Piensa ella. Pero parecía tan real...

Siente una opresión fuerte en el pecho y no logra identificar lo que es.

Es la añoranza... - Dice una pequeña voz en su cabeza.

Sí, era la añoranza por su padre, por el amor que  había partido cuando tenía sólo tres años de edad.

Ella ya había soñado con él varias veces, pero esta vez fue inolvidable. Tan especial que, a partir de ese día, ella aprendió a llamar aquellos sueños de visitas.

Todo columpio que ve, activa su memoria, acelera su corazón, pues le hace recordar un gran amor que estuvo en la Tierra con ella, durante poco tiempo, pero que todavía la visita siempre.

*   *   *

¿Por dónde andan los amores que no están más aquí con nosotros?

Si aprendemos que el amor une en lugar de alejar, ¿por qué creer en la distancia de la muerte?

Sí, la muerte no nos separa. Tal vez un breve alejamiento físico, pero nunca el alejamiento de las almas.

Aquellos que nos aman siguen a nuestro lado y si han partido antes, casi siempre se convierten en compañeros anónimos e invisibles de nuestros días.

Son ellos, muchas veces, que nos traen las fuerzas que necesitamos para proseguir, el cariño de los buenos consejos o los tirones de oreja amorosos.

En espíritu nos acompañan, oran y vibran por nosotros de la misma forma que lo harían si estuviesen aún encarnados.

La muerte no cambia el amor. La distancia no es impedimento para el cariño.

Ellos están más cerca de lo que imaginamos y en este gran ir y venir del planeta pronto estaremos juntos una vez más.

Estaremos juntos allá, pues nunca sabemos cuánto tiempo aún tenemos, o incluso aquí, recordando que la reencarnación es una de las mayores leyes del Universo.

 

Redacción del Momento Espírita.
En 10.9.2013.

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