Muchos reaccionamos de una manera muy negativa a los sufrimientos.
Creemos en Dios, hablamos de fe, esperanza y gratitud al Padre si nuestra vida transcurre tranquilamente.
Sin embargo, cuando los vientos de los reveses nos atormentan, la revuelta se instala y gritamos: ¿Por qué, Dios? ¿Por qué conmigo?
En estos momentos, nos olvidamos de que Dios es el Padre del Amor y de la Justicia, nos olvidamos del poder de la plegaria, nos olvidamos de tantas cosas...
No obstante, al analizar la vida de algunas criaturas, nos damos cuenta de que sufren mucho más que nosotros y no se muestran rebeldes, ni ingratas.
Recordamos que, unos seis años antes de morir, Francisco de Asís empezó a sufrir de una enfermedad en los ojos, que le causaba fuertes dolores.
La visión parecía cubierta por un velo. Primero, él comenzó a sentir como si los ojos se estuvieran rasgando. Más tarde, las pálpebras hincharon debido a la irritación e infección.
Frotar los ojos solamente ponía peor la situación. La luz lo molestaba. Y su visión se fue poniendo siempre peor.
Se cree que se trataba de una enfermedad que se propagaba en el clima seco y suelo arenoso de Egipto: el tracoma.
Francisco había pasado bastante tiempo en el campamento de los cruzados, en las márgenes fétidas y húmedas del río Nilo. Allí faltaba una higiene adecuada y las enfermedades se propagaban.
En el inicio de la primavera de 1225, uno amigos llevaron a Francisco a un médico que había imaginado un método revolucionario en el tratamiento de las enfermedades de los ojos.
El médico llegó con el instrumento de hierro usado para la cauterización. Encendió el fuego y después colocó el hierro.
Los amigos le explicaron a Francisco lo que iba a hacer el médico: rojos, los hierros se aplicarían para quemar la carne de los dos lados de la cabeza de Francisco, de pómulos a las cejas.
Las venas de las sienes se abrirían y la esperanza era que la infección que causaba la ceguera se drenara.
Mientras los hierros enrojecían, Francisco espantó a todos.
Con una voz débil y, seguramente, ansiosa, dijo:
Mi hermano fuego, eres noble y útil entre todas las criaturas del Altísimo. Sé bondadoso conmigo en este momento.
Durante mucho tiempo te amé. Ruego a nuestro Criador que te hizo para que ablande tu calor, a fin de que pueda soportarlo.
Y con un gesto, bendijo el fuego.
Los amigos, aterrorizados con el procedimiento que se ejecutaría, huyeron y él se quedó solo con el médico.
Los hierros se aplicaron y la quemadura se extendió de las orejas a las cejas. La cabeza quedó cauterizada. Las venas abiertas.
Cuando los compañeros volvieron al salón, el paciente estaba extraordinariamente calmo y no se quejaba.
Todo el procedimiento fue ineficiente pero lo que sobresale es la fe de Francisco, ejemplificando que el verdadero cristiano debe soportar el dolor, con serenidad, atestando su coraje.
* * *
Seguramente aún tenemos mucho que aprender. Pero, mientras los días de bonanza nos abracen, oremos y pidamos a Dios que nos fortalezca para los días de tempestad que podrán advenir, en algún momento.
Pensemos en eso.
Redacción del Momento Espírita, basada en el cap. Quinze (1225-1226), del libro Francisco de Assis, o santo relutante, de Donald Spoto, ed. Objetiva.