Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Cumpleaños celestial
 

He aquí que llega el día de nuevo. Y otra vez nos habla de amor, de esperanza.

Es el cumpleaños del ser más importante que la Tierra cobijó. Rey de las estrellas, Gobernador de nuestro planeta, Rey solar.

Cristo de Dios, el ungido. Los hombres presienten Su existencia desde tiempos remotos. Por Su grandiosidad fue muchas veces confundido con el propio Dios.

Sin embargo, ese ser especial, nuestro Maestro y Señor vino a habitar entre nosotros. Si bien muchos se quejan del planeta en que nos encontramos, de las condiciones adversas en que vivimos, el Rey solar tomó un cuerpo y  nació aquí.

Nació indefenso, entregándose al cuidado de una mujer joven. Fue su primer hijo.

Si bien algunos apuntan la inexperiencia de las madres por primera vez, Él no tuvo miedo de entregarse al cuidado de alguien que aún no había concebido.

Ni siquiera tuvo recelos por ser ella joven. Se entregó y confió en un hombre a quién, durante los años de la niñez y adolescencia, honró y llamó amorosamente padre, sometiéndoSe a él.

Se permitió ilustrarSe en la ley hebraica, en la historia de un pueblo sufrido, a pesar de que sabía mucho y más allá de la ciencia y de la justicia de los hombres.

Señor y Maestro, escogió una noche silenciosa, casi fría, para estar entre Sus hermanos, Sus ovejas, Su rebaño.

Pidió al Gran Padre que para atestiguar Su llegada, llenase los cielos de estrellas. Todo porque, Él, la luz del mundo, llegó al planeta para estar con los Suyos por más tiempo.

También pidió al Padre Celestial para enviar un mensajero a la gente sencilla para decirles que Él venía, que Él había nacido.

Y que les esperaba, pobre y pequeñito, en un pesebre, cuidado por el amor de los padres, envuelto en paños.

Y una estrella de brillo inigualable se detuvo  en el cielo, llamando la atención de distinguidos estudiosos, que aguardaban la señal especial para seguir al encuentro del Rey.

Fue visitado por los pastores y los magos del Oriente, ofreciéndoles a unos y a otros Su sonrisa, asegurándoles que Él había venido. La esperanza estaba entre los hombres.

Se desempeñó en la carpintería, por los caminos de la Galilea y de la Judea.

Realizó hazañas inimaginables, devolviendo la vista a los invidentes, la audición a los sordos, movimientos a miembros paralizados, salud a cuerpos enfermos.

En el lago Genesaret, en plena naturaleza, punteó las más bellas canciones que el amor puede concebir.

Venid a mí todos los que estáis cansados y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.

Quien toma el agua que les ofrezco, jamás tendrá sed. Venid a mí...

Su voz era de enseñanza, de alegría y de esperanza.

Cuando muchos se rebelaron contra la esclavitud a que eran sometidos, Él les enseñó que la libertad está por encima y más allá de las cuestiones materiales.

Nos enseñó a ser libres en conciencia, en el deber cumplido, en la rectitud, sin nada que nos detenga en la retaguardia de los dolores.

Maestro y Señor. Maestro de la sensibilidad, del amor y de la sabiduría. Señor de la Tierra. Nuestro Pastor.

Él vino. Que en esta Navidad podamos recordarlo una vez más, uniendo nuestras voces a la de los Mensajeros Celestiales:

¡Hosanna al Señor de la vida! ¡Ave Cristo! Los que deseamos estar contigo, Te recordamos la gloria augusta y Te pedimos luz, paz y bendiciones.

Quédate con nosotros, Niño Celestial, hoy y siempre.

 

Redacción del Momento Espírita.
En 21.12.2010.

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