La primavera comenzaba a brotar en aquellos días de los meses de marzo/abril. Según el calendario judío, mes de Nisan. Aún hacía frío pero la naturaleza parecía vestirse ardientemente de flores y colores.
Todo era una promesa de vida, como si Yaweh deseara brindar a los seres humanos renovados regalos.
Todo era una promesa de alegría... Menos en Jerusalén.
El hombre que había entrado en la ciudad de forma triunfal hacía pocos días, saludado por el vocerío de niños, mujeres, del pueblo en general, había sido detenido.
Del juicio arbitrario en las manos de Pilatos había pasado a la noche en el flagicio. Treinta y cinco latigazos en las pernas. Treinta y cinco latigazos en la espalda.
Era una llaga abierta Su cuerpo, coronado, además, por espinas recogidas en el basurero.
Alzado en la cruz da vergüenza, el hombre agonizaba. A Sus pies, con el corazón hecho trapos, agonizaba el dolor materno.
María miraba el cuerpo herido de su hijo y se preguntaba por qué los hombres trataban tan mal a quien hizo tanto bien...
Ella tenía las ojeras de la noche mal dormida, la cara traducía el dolor moral que la hería.
Su hijo crucificado entre dos malhechores. Entonces, ella vio, al pie de una de las cruces laterales, a una mujer.
También lloraba y se lamentaba.
¿Es su hijo? Preguntó.
Sí, dijo la otra. Sufre mucho y se está muriendo.
Y, como Jesús había respondido al ladrón de nombre Dimas que, aquel día aún, estaría en el paraíso, María sosegó a la mujer llorosa.
Mujer, si mi hijo dice que su hijo estará con él, en el paraíso, créalo. Mi hijo es el hijo del Dios altísimo.
A aquella voz, pensó la madre de Dimas, la conocía. ¿De dónde? ¿Dónde ya había escuchado a aquel timbre tan dulce?
Y su memoria retrocedió en el tiempo, volviendo a verse en Nazaret. Ella había ido a la fuente a buscar agua.
Y cuando se acercaba, escuchó el comentario de algunas mujeres. Se mantuvo distante, como que oculta.
Es verdad, decía una. El hijo de Tamar es un ladrón. Le hurtó a Juan un braguero.
¿Está segura? Preguntó otra.
Y la primera reafirmó la historia, diciendo que Juan y su amigo le habían confirmado el hurto realizado por Dimas.
¿Cómo no pudo Tamar darse cuenta de la maldad del hijo?
Entonces, una voz dulce, argumentó:
No puedo creer que haya tanta maldad en el hijo de Tamar. Pienso que debe tratarse de una broma entre niños, simplemente.
Una única voz defendió a su hijo. Su pobre hijo.
Tamar recuerda que había ido a casa y le había preguntado al hijo sobre la acusación.
Él le había asegurado que no era verdad. Ahora, hecho un hombre, había venido a Jerusalén.
Había prometido a la novia y a su madre que iba a comprar una casa para empezar una nueva vida. Tenía negocios importantes que le rendirían mucho dinero.
Y de la forma más cruel, la madre, que siempre lo había tenido como hombre honesto y trabajador, lo descubrió salteador y condenado a la muerte.
Sin embargo, la voz tierna que lo había defendido un día, intentando sofocar el chisme, estaba allí.
Y su hijo, el Mesías, había prometido recibir a su hijo en la otra vida.
Tamar se secó las lágrimas dolidas, se acercó a María y la abrazó, en gratitud.
Y allí se quedaron, las dos madres. Una era la madre del Ser más perfecto que la Terra ya había conocido.
La otra, la desventurada madre de un hombre equivocado.
Pero el dolor, el dolor en sus corazones, era el mismo: el dolor de la madre que ve morir en lenta agonía al hijo querido.
Pensemos en eso.
Redacción del Momento Espírita, basada en datos de la comunicación Maria de Nazaré, dictada por el médium Divaldo Pereira Franco.
En 20.12.2010.