Cuando es Navidad todo el aire se llena de luz. Aunque haya tempestades y vientos fuertes, un aroma muy especial se hace presente, distinto de cualquier otro.
No hay quien no lo sienta. Aún aquellos que se dicen contrarios a las conmemoraciones lo perciben.
Existe musicalidad en la voz de los niños cuando se encantan con los colores que explotan en guirnaldas, adornos y luces cogiendo la ciudad de asalto.
Las sonrisas se multiplican ante la perspectiva de reencuentros familiares lejanos, en el día que se acerca.
Por más sencillo que sea el hogar, siempre existe el deseo de poner luces pequeñas y coloridas que parpadean en las noches estrelladas, intentando disputar el esplendor con los astros del cielo.
Se vive en la expectativa de recibir a los familiares con prolongados abrazos para aminorar la añoranza, a los amigos a quienes deseamos ofrecer algún regalo.
Tarjetas son escritas con expresiones de emoción y remitidas a los que están lejos, que las recibirán sensibilizados por haber sido recordados.
Mensajes cortos o largos, siempre felices, son enviados utilizándose de los más diversos sistemas electrónicos.
Cuando es Navidad, experimentamos una vez más la sensación extraordinaria de ser amables, gentiles, más humanos.
Nos preocupamos con el niño que desea un juguete, el enfermo que espera una visita, el viejo que espera un cariño.
Recordamos a los amores más amados y elaboramos planes para que la Navidad les sea la más feliz de todas.
Recordamos a aquéllos de quienes nos alejamos y pensamos en nuevas formas de aproximación.
Las canciones navideñas están en las calles, en las plazas, en las tiendas, en los corazones.
Existen dramatizaciones del celestial acontecimiento en escuelas, clubes, instituciones.
Existen espectáculos en lugares públicos, involucrando a los que transitan, a los que se detienen para encantarse un poco más, a los que parecen indiferentes.
Se compran regalos recordando que un Rey fue homenajeado por los Magos, venidos de tierras distantes, con oro, incienso y mirra.
Nos unimos en oración homenajeando a las voces celestiales que se hicieron oír en la noche casi fría, anunciando a los pastores en el campo la llegada del visitante esperado.
Encendemos las luces deseando recordar el brillo de una estrella especial que indicó el camino a nobles extranjeros hacia el local del nacimiento del niño.
Encendemos las luces de fuera, deseando vehementemente encenderlas en nuestra intimidad... Para siempre, para nuestra felicidad.
* * *
Si, es Navidad. Y porque es Navidad otra vez, existe tanta fiesta. Y luces. Y colores. Y música.
¡Jesús nació! La noticia fue una gran alegría para todos. Y el Niño fue hallado en un pesebre, envuelto en paños.
Como tutores especiales un hombre digno, de manos callosas debido el trabajo honesto de cada día y una mujer, que atendió la invitación de los cielos para recibir en su seno el mayor mensajero de todos los tiempos: el Rey Solar.
Pensemos en eso y mientras nos involucramos en las dulces elegías de la Navidad, permitámonos cantar hosannas en nuestros corazones, agradeciendo a Jesús por esta oportunidad de recordarlO, de revivirlO en nuestros gestos, palabras, llenándonos de bendiciones. Beneficiando a otros. Modificando el planeta para la felicidad tan deseada, tan ansiada y cantada por todos nosotros.
¡Feliz Navidad!
Redacción del Momento Espírita.
06.12.2010.