Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone El vencedor

Quien cree que perder  es ser menor en la vida…

Quien siempre quiere la victoria y pierde la gloria de llorar...

Yo... Que ya no quiero más… Ser un vencedor.

Llevo la vida lentamente... Para que no falte el amor.

 

La letra de la música popular es de extrema belleza y profundidad.

En el mundo de la victoria a cualquier costo, de los vencedores de cuna y esas cosas, es necesario pensar un poco acerca de todo eso.

Todos queremos vencer, es cierto. La naturaleza nos impele siempre para las victorias,  para  el crecimiento continuo e inevitable.

Sin embargo, en el entendimiento humano de la palabra vencer y en quienes juzgamos que sean  vencedores está la cuestión fundamental.

¿De qué vale vencer profesionalmente, tener éxito y fama, si nos falta el amor?

¿De qué vale ser considerado un vencedor en el deporte, en la carrera, en el arte, si como padres, cónyuges, hijos, hermanos, somos verdaderos derrotados?

¿Vale la pena vencer a cualquier costo? ¿Ese no sería en verdad un comportamiento de ventaja inmediata, sin considerar la vida como un todo, incluyendo su continuidad más allá de la tumba?

¿Será que los vencedores son solamente aquellos que logran - en este país de tantas dificultades - completar una educación superior?

¿Será ese nuestro único criterio de victoria? ¿La formación intelectual, los logros profesionales y las riquezas acumuladas?

Sería ciertamente una victoria muy pobre…

Crear un vencedor en el hogar, en la persona de un hijo, no es solamente darle las oportunidades de formación intelectual.

Crear un vencedor es crear un hombre de bien, que sepa valorar el amor y las relaciones saludables por encima de todo.

Crear un vencedor es enseñarlo a perder y lidiar con las derrotas de la vida, buscando extraer siempre de ellas una valiosa lección de engrandecimiento moral.

Las aparentes derrotas son preparaciones fundamentales para que las grandes victorias sean posibles.

Por eso, llevar una vida lentamente puede significar dar más atención a la familia, puede significar darse más a los otros.

En la vida de aquél a quien no falta el amor, siempre hay muchas e inolvidables victorias.

 ***

 Vencí... Al mundo, a mí mismo... A mi falta de visión clara acerca de las cosas.

Vencí a la voluntad de querer más... Cambié por la voluntad de “ser” más.

Vencí la inercia, a la voluntad de no tener voluntad y me arrojé al mundo con los brazos abiertos, sin esperar nada de las personas ni tampoco de mí.

No soy vencedor a los ojos del mundo. Mi victoria es secreta, quieta, segura... Es mía.

Amo más cada día y cada día me ama más.

Vivo un amor plenamente correspondido con la vida.

Vencí, sí, a mí mismo. Mi conciencia me aplaude, pero al mismo tiempo me dice: muchas victorias aún te esperan.

 

Redacción del Momento Espírita basado  en parte
de la canción
El vencedor, de Marcelo Camelo
y en un poema de autor desconocido.
En 3.12.2013.

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