¿Ya has observado? Siempre que las noticias nos muestran las tragedias del mundo, acreditamos que nunca nada igual nos alcanzará.
¿Te diste cuenta que, normalmente, compartimos la idea que el mal alcanzará solamente a la casa del vecino?
Con esos conceptos, vivimos despreocupados. No siempre utilizamos la prudencia necesaria para alejarnos de ciertos eventos inconvenientes.
Cuando la muerte ronda los hogares continuamos creyendo que el nuestro está protegido de esa visita terrible.
Por eso, cuando ella se presenta es siempre una sorpresa para nosotros.
Pero nadie huye a la muerte. Por lo tanto, es importante que a diario meditemos un poco acerca de ella.
Recordamos que, después del término de la Segunda Guerra Mundial, murió la amada hermana de Albert Einstein.
Él había estado con ella días antes de su muerte.
Ambos estaban debilitados y enfermos. Albert había recibido el diagnóstico de un aneurisma de la aorta abdominal. Había tenido una crisis y con fuertes dolores abdominales estuvo internado en un hospital para un largo tratamiento.
Bromeando, él dijo a su hermana:
Maja querida, creo que enfrentaré la gran jornada para el espacio antes de ti. Por eso, aquí estoy para las despedidas.
Maja le respondió:
No, hermano querido, partiré antes. En un sueño reciente vi a nuestros padres. Entendí por las señas de las manos de nuestra madre que mi partida será en breve.
Albert la abrazara, hablándole al oído:
Sea lo que sea, siento que brevemente nos encontraremos.
Al recibir la noticia de la muerte de su hermana, mira al infinito y susurra:
¡Que Dios te bendiga! Como te he dicho, brevemente nos encontraremos.
Ni rabia, ni desesperación. Actitud de quien tenía la certeza de la Inmortalidad.
Continuó trabajando. Aunque dolorido no se dejaba vencer.
Recibía a los amigos, viajaba profiriendo charlas acerca de sus teorías y contestaba a todas las preguntas de los periodistas.
El rompimiento del aneurisma abdominal agravó su cuadro anémico. En el 18 de abril de 1955 a la 1 hora y 15 minutos de la madrugada, muere Albert Einstein, en Princeton, Nueva Yérsey.
Él providenciara su testamento legando sus inventos y documentos científicos, experimentados o no, a la Universidad de Jerusalén.
Sabía que la muerte lo rondaba. Se preparó para recibirla, manteniéndose activo y sereno.
Él tenía la certeza de la Inmortalidad.
* * *
Atendiendo a su pedido, su cuerpo fue cremado y sus cenizas esparcidas en un local ignorado.
Él donó su cerebro a Thomas Harvey, patólogo del Hospital Princeton.
El hecho causó un gran impacto entre los físicos e intelectuales filosóficos.
Pero era necesario respetar al deseo del mayor conocedor de cálculos matemáticos y teorías acerca de la Física.
Redacción del Momento Espírita con base
en datos biográficos de Albert Einstein.
En 04.11.2009.