¿Somos invisibles? Es probable que, en algún momento, la mayoría de nosotros se haya cuestionado de esa manera.
Tal situación ocurre cuando nos adentramos en una tienda y el funcionario nos ignora.
O delante de un mostrador de alguna aerolínea, intentando saber si el vuelo está en el horario. También en algunas reparticiones públicas buscando informaciones.
El responsable, o sea la persona o personas que allí se encuentran simplemente ignoran la indagación, el pedido, la presencia.
Es como si fuésemos invisibles. Para nosotros que lidiamos con la inmortalidad, que estudiamos acerca de la vida que nunca cesa, el primer pensamiento que nos ocurre cuando nos sentimos ignorados es: ¿Será que morí y no me di cuenta?
Por acaso, ¿he cruzado la aduana de la muerte sin percibirlo? ¿Será por eso que las personas no me ven, no me contestan?
Sin embargo, más allá de tales situaciones, de un modo general casi todos nos movemos en el mundo sin dar atención a los demás.
Por eso caminamos por la calle, mirando adelante, atentos al semáforo, a las señales de tránsito, a los nombres de las calles, a los números, sin mirar a nuestro alrededor.
Es común que atropellemos a las personas, si no estamos atentos a sus presencias. Atropellamos y seguimos adelante buscando nuestros objetivos, sin detenernos siquiera para pedir disculpas.
O para auxiliar a la persona a recoger lo que se cayó con nuestro tropiezo. Muchas veces es la propia persona que pierde el equilibrio y se cae al suelo.
Algo semejante ocurre cuando las puertas de los autobuses se abren y salimos como quien necesita apagar un incendio más adelante.
Existen aquellos que abren camino por la fuerza, golpeando con la mochila que traen a las espaldas a aquellos que aguardan en las filas, siguiendo en frente.
Pisan en los pies ajenos, pero siguen caminando. En el ansia de alcanzar rápidamente su destino, arrastran consigo lo que encuentran en el camino: paquetes, libros… de otras personas.
Pero nunca se detienen a pedir disculpas.
Porque nada ven, nada sienten, nada perciben. Solo ellos existen en el tránsito.
En las filas del cine, supermercados, bancos, oficinas, la cuestión no es muy diferente.
Personas que dicen tener prisa, con compromisos urgentes, se adelantan a otras que aguardan hace mucho tiempo.
Para ellas, no existe nadie más allá que ellas mismas, su problema, su dificultad.
* * *
Si estamos en la lista de personas precipitadas, insensibles, que solo ven a sí mismas, detengamos el paso.
Miremos alrededor, observemos, respetemos a los que comparten con nosotros el mismo autobús, la misma cafetería, la misma repartición pública.
El hecho que tengamos de arreglar muchas cuestiones no está disociado de la posibilidad de ser gentiles, suaves, atentos.
Eso no nos impide mirar alrededor, ceder el asiento a una persona más vieja, a una embarazada, alguien con dificultad física.
Pensemos que, así como nosotros no deseamos ser tratados como invisibles, no debemos proceder de igual manera con relación a los demás.
Somos todos humanos, necesitados unos de los otros.
Por lo tanto, actuemos como quien se alzó a la Humanidad y desea seguir el camino rumbo al ser angelical, nuestro siguiente paso.
Redacción del Momento Espírita.
Disponible en el CD Momento Espírita Español, v. 1, ed. FEP.
En 30.6.2014.