Se cuenta que, hace mucho tiempo, un estanciero poseía muchas tierras a lo largo del litoral del Atlántico.
Tempestades horribles barrían aquella región extensa haciendo daños en las construcciones y plantaciones.
Por ese motivo, el rico estanciero luchaba constantemente con el problema de la falta de empleados. La mayoría de las personas no tenía disposición para trabajar en aquel lugar.
Eran muchas las disculpas a cada tentativa de conseguir nuevos empleados.
Finalmente, se presentó un hombre bajo y delgado, de mediana edad.
¿Eres un buen labrador? Preguntó el estanciero.
Bueno, respondió el hombre pequeño, yo puedo dormir mientras soplan los vientos.
No obstante confundido con la respuesta, el estanciero, desesperado por ayuda, lo contrató.
El hombre pequeño trabajó bien en toda la estancia, manteniéndose ocupado desde la alborada hasta el anochecer.
El estanciero suspiró aliviado, satisfecho con el esfuerzo del hombre.
Entonces, una noche el viento aulló ruidosamente, anunciando que su paso por las propiedades sería devastador.
El estanciero saltó de la cama, agarró de un farol y corrió hasta el alojamiento de los empleados.
El hombre pequeño dormía serenamente. El patrón lo zarandeó y gritó:
¡Levántate deprisa! Está llegando una tormenta. Anda atar a las cosas antes que sean arrastradas.
El empleado se movió en la cama y calmo, pero firme, respondió:
No, señor. Yo no voy a levantarme. Te he dicho que puedo dormir mientras soplan los vientos.
La respuesta enfureció el patrón. Si no estuviese tan desesperado con la tormenta que se acercaba, habría despedido al funcionario respondón de inmediato.
Se apresuró en salir para preparar, él mismo, el terreno para la tormenta que se acercaba.
Mas, para su asombro, observó que todos los montes de heno habían sido cubiertos con lonas firmemente atadas al suelo.
Las vacas estaban bien protegidas en el establo, los pollos estaban en los gallineros y todas las puertas muy bien cerradas.
Las ventanas estaban bien cerradas y seguras. Todo estaba atado. Nada podría ser arrastrado.
Entonces, el estanciero entendió lo que su empleado quiso decir. Retornó a su cama a dormir también, mientras soplaba el viento.
* * *
¿Estarías preparado si los vientos fríos de la muerte llegasen hoy para arrebatarte un ente querido?
¿Estarías preparado si reveses financieros, inestabilidad económica llevasen tus bienes de repente?
La religión que profesamos, la fe que abrazamos debe preparar el Espíritu, la mente y el cuerpo para los momentos de soledad, llanto y dolor.
Mientras el día te sonríe, haz sol en tu vida, fortifícate, prepárate de tal manera que, al llegaren los tsunamis, soplaren los vientos y la tempestad castigarte, continuarás firme, sereno.
Piensa en eso y empiece hoy tu preparación.
Redacción del Momento Espírita con base
en una historia de autoría desconocida.
En 15.06.2009.