Actualmente, todos claman contra la impunidad.
Los medios de comunicaciones revelan sin cesar los variados tipos de ilícitos y nos causa indignación constatar cómo el proceso de punición es moroso y fallo.
Muchos corruptos encuentran lagunas en el sistema legal y salen ilesos.
Grandes criminales siguen libres, manipulando los incontables recursos judiciales.
El dinero público desaparece sin que nadie sea responsabilizado.
Obras son súper facturadas y los encargados afirman total ignorancia del ocurrido.
Mientras tanto, la sociedad indignada clama por providencias.
Sin embargo, la justicia humana reprime sólo las conductas más escandalosas.
El legislador terrenal elige algunos comportamientos más nefastos a la convivencia social y los prohíbe mediante puniciones.
Aún así, los responsables con frecuencia logran burlar las consecuencias legales.
Ocurre que, por encima y más allá de los reglamentos humanos están, soberanos, los Códigos Divinos.
Ellos establecen la fraternidad, la pureza, el trabajo y la honestidad como deberes ineludibles.
Para estar en armonía con el Estatuto Divino no es suficiente aparentar una vida recta.
Adelanta poco cumplir ritos u ofrecer al mundo una apariencia de recato y sobriedad.
Un sin número de gestos pequeños implican violación a la ley de armonía que rige la vida.
Los padres que no educan a sus hijos violan una misión sagrada que les fue confiada.
Al no dedicar tiempo al perfeccionamiento moral de sus retoños desdeñan a la Ley del Trabajo.
Consecuentemente, responden por las desviaciones causadas por su negligencia.
Parejas que se desgracian, con palabras y gestos, desconsideran el mandamiento de la fraternidad.
Comentarios crueles acerca del prójimo igualmente vibran negativamente delante de la Conciencia Cósmica.
La práctica de pasiones tumultuadas, actos que maculan la inocencia ajena, el desamparo material o moral a los parientes necesitados o enfermos...
Son muchos los ejemplos de conductas no reprimidas por la legislación humana, pero incompatibles con la Ley Divina o Natural.
Es conveniente meditar acerca de eso, siempre que surja el deseo fuerte de clamar contra la impunidad del prójimo.
Nadie defiende que los actos deshonestos persistan exentos de sus consecuencias.
La sociedad necesita de reglas para que la convivencia de sus integrantes siga armónica.
La falta de respeto a esas reglas necesita ser reprimida, so pena de instaurarse la anarquía.
Pero, si el equívoco debe ser combatido eso no debe implicar el odio a los equivocados.
Es necesario medir nuestra propia debilidad antes de lapidar a los demás.
Las Leyes Divinas jamás son engañadas.
Aunque ciertas degradaciones permanezcan ocultas, aún así producen consecuencias que son alcanzadas por las Leyes Divinas.
Por ahora, la mayoría de los habitantes de la Tierra, de alguna manera, aún huye de su deber.
Así, es importante mirar hacia el prójimo con generosidad, mientras cuidamos de corregir nuestro propio comportamiento.
Urge, gradualmente, dejar de aparentar pureza y pasar a vivirla en plenitud.
Si eres favorable a la responsabilidad por los actos practicados, ve como actúas en todos los ámbitos de tu vida.
Cuida para que lo que se queda oculto no te condene delante de tu conciencia.
Jamás podrás engañarla.
Piensa en eso.
Redacción del Momento Espírita
En 12.06.2009.