En el año 1226, en la floresta de Gubbio, Europa Medieval, un bandido fue considerado como un monstruo aterrador.
Más astuto que una fiera, había se transformado en un salteador terrible.
Esparcía pánico y miedo por dondequiera y mataba a cualquier hombre indefenso.
Nadie sabía su nombre, pero su fama hizo que le denominasen como El Lobo. El Lobo de Gubbio.
Francisco de Asís, también conocido como el Cristo de la Edad Media, cierto día fue buscarlo. Cuando lo encontró, en vez de llamarle de Lobo, como todos lo hacían, dijo Hermano.
Vengo en paz, dijo Francisco. Vengo hablarte de la bondad, de amor, de la caridad y de cariño. En nombre de Jesús, vengo rogarte que cambies tu rumbo y abraces el camino de la fraternidad.
Finalmente, lo invitó a vivir en el monasterio.
El hombre-fiera optó por seguir a Francisco. Cambió de actitud y feliz se entregó al trabajo del bien en las tareas de Asís.
Dondequiera que Francisco fuese el ex-bandido lo acompañaba.
Cargaba cestas, buscaba el pan, trabajaba sin cansancio. Era uno de los mejores guardias nocturnos.
Sin embargo, Francisco necesitaba viajar. Y a veces trabajando lejos del monasterio se ausentaba por semanas o meses.
Salía en peregrinación con el Fraile León para sembrar las enseñanzas del Señor.
En esos momentos el Hermano Lobo sentía carencia de amor y necesidad de alegría.
Durante la ausencia del Hermano Francisco, por donde iba recibía insultos y pedradas. Le decían cobarde, lobo maldito, carnicero feroz.
Al no soportar el trato vil, sintiéndose a solas en la vida, el Hermano Lobo decidió volver a su antigua actividad.
Se metió en la floresta y se entregó a sus instintos animales.
Cuando el Hermano Francisco volvió de su viaje tuvo noticias de lo ocurrido. Lamentó los hechos y a pesar del cansancio fue en busca del Hermano Lobo.
Lo encontró persiguiendo a una víctima indefensa.
¿Hermano Lobo, que ocurre? ¿Ya no te acuerdas de las enseñanzas de Jesús?
Ah, mi santo amigo, dijo el Lobo, no pude aguantar tanta humillación. Aún traigo en el cuerpo las marcas de los malos tratos de los hombres.
Hermano, contestó Francisco, la presencia de Cristo es el sol de nuestra vida.
Regresa conmigo, hermano. Yo también ya sufrí calumnias y aflicciones. Tus cicatrices son heridas hermanas de las ulceraciones que traigo.
Sigue a mi lado, Hermano Lobo.
El Lobo, cabizbajo, acompañó el amigo y se le hizo guardián fiel, comprendiéndole las palabras desde entonces. Aprendió a amar perdonando y a vivir con Jesús en el corazón.
* * *
En la tarea con Jesús ni siempre es claro el cielo del cristiano decidido.
Sin embargo, el cristiano decidido se entrega a Jesús, en Él confía y a Él se ofrece.
Redacción del Momento Espírita, con base en la entrada Cristão del libro Repositório de sabedoria,
v. 1, por el Espíritu Joanna de Ángelis, psicografía de Divaldo Pereira Franco, ed. Leal y en el
capítulo 26 del libro Somente amor de los Espíritus Maria Dolores y Meimei, psicografía de
Francisco Cândido Xavier, ed. Ideal, Brasil.
En 13.04.2009.