Se cuenta que un hombre caminaba vacilante por la carretera. En una de las manos llevaba un ladrillo y, en otra, una piedra.
Sobre las espaldas cargaba una bolsa de tierra y del cuello pendían algunas viñas.
Completando la inusitada carga, equilibraba sobre la cabeza pesada calabaza.
Su figura llamaba la atención y un transeúnte le detuvo y le preguntó:
¿Por qué cargas esta piedra tan grande?
El viajero miró a su mano y comento:
¡Qué raro! Yo nunca había notado que la cargaba.
Así diciendo, lanzó fuera la piedra, continuando su marcha, sintiéndose ahora mucho mejor.
Más adelante, otro transeúnte, le indagó:
Pareces muy cansado. Pero, ¿por qué cargas una calabaza tan pesada?
Estoy contento que me tengas preguntado. - dijo el viajero. No me había dado cuenta de lo que estaba haciendo conmigo mismo.
Entonces, tiró para lejos la calabaza, prosiguiendo a andar con pasos más ligeros.
Así ha sido por todo el camino. Cada persona que encontraba, le hablaba de uno de los pesos que llevaba consigo.
Por su vez, el viajero los iba descartando, uno a uno, hasta hacerse un hombre libre, caminando como tal.
Sus problemas, acaso, eran la piedra, el ladrillo, la calabaza? Naturalmente, no.
Era la falta de consciencia de la existencia de ellas.
Cuando las vio como cargas innecesarias, las lanzó para lejos, librándose.
Ese es el problema de muchos de nosotros.
Cargamos la piedra de los pensamientos negativos, el ladrillo de las malas impresiones, la pesada carga de culpas por cosas que no se podrían haber evitado.
Colgamos al cuello la autopiedad, conceptos de punición y de que todo está perdido, sin solución.
No es de admirarnos, pues, que nos sintamos tan cansados, ¡sin energía!
Por lo tanto, hoy, verifiquemos si estamos cargando el yugo del pesar, el mármol del remordimiento, la lápida de la culpa.
Sea un ladrillo de recriminaciones o una gran piedra de quejas, lancemos todo lejos.
Aprendamos a librarnos y sintámonos más ligeros, siguiendo por la carretera de la vida como quien anda al sol, en plena primavera, aspirando el aire de las mañanas, llenando pulmones y oxigenando el cerebro.
Desahoguemos el corazón de los kilos de disgusto y vivamos lúcidos, persiguiendo objetivos mayores.
No culpemos a otro por nuestro desánimo y nuestro cansancio.
Mirémonos a nosotros mismos, concienticémonos de las cargas innecesarias, tomemos las debidas providencias.
Sigamos felices, ligeros, concientes, persiguiendo metas de saber, luz, paz, felicidad.
* * *
Mantén tu conciencia despierta. No te dejes consumir por el desaliento o por cualquier sentimiento de incapacidad.
Esmérate siempre. Ilumínate siempre y trabaja para alcanzar la felicidad, que tanto ansías.
Redacción del Momento Espírita, con base
en historia de autor desconocido.
En 13.04.2009.